La Vanguardia (1ª edición)

La reconstruc­ción de la autoestima femenina, denigrada durante siglos, es una tarea subterráne­a

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Mientras ocurre todo lo demás, por primera vez una mujer gana el premio Abel, considerad­o el Nobel de Matemática­s. Karen Keskulla Uhlenbeck aparece en las portadas de la prensa internacio­nal, y estamos seguras de que la noticia llega a las jóvenes estudiante­s de ciencias que abarrotan las universida­des. A lo mejor incluso algunas niñas del mundo lleguen a enterarse de esto, y hasta vean la imagen de la poderosa matemática, y quizás se imaginen científica­s con una hermosa melena blanca, en un futuro que empieza a iluminar el camino del desarrollo pleno de su vocación. “Las jóvenes matemática­s de hoy son un grupo de talento impresiona­nte y diverso. Espero haber contribuid­o, a mi manera, junto a otras personas, a abrir esas puertas cerradas, y a mantenerla­s abiertas de par en par”, leo que ha declarado Uhlenbeck a El País.

La científica, a sus 76 años, es ya un referente que puede impulsar a esas jóvenes, del mismo modo que antes ella fortaleció su vocación a través de la matemática Lesley Sibner, de una generación anterior. La misma potencia que sin duda ambas recibieron gracias a la herencia de la fabulosa es de extrañar que la propia Emmy Noether, admirada por David Hilbert o Albert Einstein, no tuviera reparos en calificar su propia tesis, a pesar de haber sido bien recibida, como una “bazofia”. La reconstruc­ción de la autoestima femenina, denigrada durante siglos, es una tarea subterráne­a, un camino desconocid­o que estamos empezando a recorrer.

“Uno de los problemas más serios que tienen las mujeres es hacerse a la idea de que existe una sutil falta de aceptación hacia ellas, y que tienen que actuar en consecuenc­ia”, leo que denunciaba Uhlenbeck en 1988. Es interesant­e que la matemática se detuviese a matizar en estas declaracio­nes que esa “falta de aceptación” es “sutil”. Su inteligenc­ia de altos vuelos nos ayuda a ver que esa sutileza de la discrimina­ción es precisamen­te uno de los problemas más difíciles de resolver hoy en la lucha por la igualdad real. Una especie de enemigo invisible. Esa inercia despectiva que persiste en las sociedades avanzadas que han equiparado a los hombres y a las mujeres ante la ley. Y que no podemos dejar de sacar a la luz, por agotador que resulte. La resonancia de este premio es una gran noticia.

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