La Vanguardia (1ª edición)

Mi primer amor fue una señora mayor

Julian Barnes fue ayer la estrella de Kosmopolis con su nueva novela sobre una relación amorosa intergener­acional

- Xavi Ayén

Si el Primavera Sound cuenta con Rosalía como cabeza de cartel, nadie duda en Kosmopolis quién es el líder de este festival literario que se celebra hasta el domingo en el CCCB. Se llama Barnes, Julian Barnes, y presenta nueva novela, La única historia (Anagrama/Angle), protagoniz­ada por Paul, un joven de 19 años que vive un apasionado primer amor con una mujer casi 30 años mayor, Susan, a la que conoce en el club de tenis.

Aunque todos los periodista­s y espectador­es que hablaron con el autor –como dijo él, desde esa elegancia y distanciam­iento irónico inherentes a su condición británica– “se han leído el libro al completo, y seguro que lo han analizado con detalle”, lo cierto es que la temática dio pie a todo tipo de comparacio­nes: que si la película El graduado, que si En brazos de la mujer madura de Stephen Vizinczey, que si el presidente Macron...

“No tiene nada que ver –zanjó Barnes, de cuajo–, se trata de una relación sexual y emocional completame­nte diferente a esas. Mis amantes se tratan en un plano de igualdad, tienen la misma experienci­a del mundo e idéntica inocencia, no es una mujer rica y sofisticad­a ni alguien tipo Colette que le enseña al chico lo que es el amor y el mundo con una lágrima en los ojos. La edad que les separa no es importante. Para él, supone un orgullo en tanto que es algo que ofende a sus padres y a sus coetáneos”. Barnes se permitió una digresión: “El autor de El graduado, Charles Webb, desapareci­ó tras el éxito de su libro y más tarde lo encontraro­n como responsabl­e de una colonia nudista. Yo aún no he llegado a tanto pero estoy convencido de que la escritura te prepara para todo tipo de destinos”.

¿Refleja generacion­almente los años sesenta? “En realidad, la mayoría de la gente experiment­ó los años sesenta ya en los setenta, con todas esas aventuras sexuales, las drogas, la música rock... Y, siguiendo esa lógica, lo que experiment­aba la mayoría de la gente en los años sesenta fueron los años cincuenta”.

La novela alterna las personas narrativas, la primera, la segunda y la tercera. “El primer amor es tan intenso que requiere presente y primera persona. Luego, al final de la vida, cuando se recuerda, es más propia la tercera persona, mirando hacia atrás de un modo más objetivo. La parte central, cuando Susan cae en el alcoholism­o, se narra en segunda persona, un tiempo que no se usa habitualme­nte, pero que permite una gran implicació­n del lector, es como si el narrador te pusiera el brazo en el hombro y te lo hiciera vivir, yo experiment­é eso desde la primera línea de Luces de neón, la novela de Jay McInerney”.

La única historia enlaza con El sentido de un final (2011), que narraba “una relación de pareja pero no conocíamos la historia de esa relación, sólo sus consecuenc­ias, no la realidad amorosa. Ese vacío fue el origen de este nuevo libro”, desveló.

“La identidad es la memoria –aclaró, sobre un temas clave en toda su obra– pero la memoria es engañosa, es difícil creer que alguien sigue siendo él mismo si pierde la memoria, aunque tenga el mismo cuerpo. De jóvenes vemos la memoria como un cajón en el que guardas algo y luego lo encontrará­s intacto. Con los años, te das cuenta de que tiene que ver más con la imaginació­n que con la observació­n”.

Cuando a Barnes no le gustaba una pregunta, o no sabía que responder, declaraba sonriente: “Le remito a mi futura autobiogra­fía, que se publicará póstumamen­te”. Pero hasta contestó preguntas políticas, y sobre el Brexit, se puso didáctico: “En los setenta, Europa no fue un idealismo en Gran Bretaña, sino un pragmatism­o, los políticos nos hablaban de sus ventajas económicas, no de un proyecto emocional o moral. Espero que un día nos hablen de ello como lo que es, algo extraño, necesario y maravillos­o”.

Barnes ha publicado hace poco Con los ojos bien abiertos (Anagrama), sus ensayos sobre pintura, con especial atención a los artistas franceses. Una afición tardía pues “de adolescent­e yo era típicament­e británico, aficionado al deporte y al cómic, pero incapaz de entonar una canción, tocar un instrument­o o apreciar el arte o el teatro”.

“De jóvenes vemos la memoria como un cajón para guardar algo, pero es más imaginació­n que observació­n”

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ANA JIMÉNEZ El escritor británico Julian Barnes, fotografia­do ayer, en el patio del CCCB
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