Una líder para guiar un país herido
Dicen que los verdaderos líderes son aquellos que aparecen en los momentos más difíciles, cuando demuestran su valía pese a la presión o las críticas. Cuando hace una semana un pistolero de extrema derecha asesinó a 50 personas e hirió a otras tantas en dos mezquitas de Nueva Zelanda, todos los ojos de un país desnortado y roto de dolor se volvieron hacia su primera ministra, Jacinda Ardern. Aunque novata en un trance de este calado, su mensaje compasivo e integrador, firme y empático, fue capaz de reconfortar y templar los ánimos de sus ciudadanos y encandilar a los de fuera. Para muchos, todo un ejemplo de liderazgo y humanidad ante la peor tragedia vivida por el país en la historia moderna.
Desde el principio, la mandataria de 38 años dio muestras de la pasta de la que está hecha. Donde unos hubieran buscado confrontación o réditos políticos, ella apostó por la unidad, el apoyo y la esperanza. “Ellos son nosotros”, dijo en su primera declaración en referencia a los inmigrantes objetivo de este ataque islamófobo y racista, una frase que se erigió en lema. Ataviada con un hiyab negro con ribetes dorados como signo de respeto, su imagen llorosa abrazada a los familiares de las víctimas mientras les susurraba palabras de aliento al día siguiente de la matanza también se convirtió de inmediato en un símbolo.
“Martin Luther King dijo que los líderes genuinos no buscan el consenso sino que le dan forma. Ardern ha moldeado un consenso diferente, demostrando acción, cuidado y unidad. El terrorismo ve la diferencia y quiere aniquilarla. Ardern ve la diferencia y quiere respetarla, abrazarla y conectar con ella”, señaló la columnista de The Guardian Suzanne Moore.
A su calidad humana y entereza le han acompañado decisiones valientes. El jueves anunció la prohibición de los fusiles de asalto y armas semiautomáticas de estilo militar como las utilizadas por el terrorista. También exigió mayor control y responsabilidad a plataformas como Facebook, donde los mensajes que incitan al odio campan a sus anchas. Y se conjuró para “eliminar” el racismo en Nueva Zelanda y en todo el mundo. “No podemos pensar en esto en términos de fronteras”, dijo en la BBC.
Jacinda Kate Laurell Ardern nació en 1980 en Hamilton, la cuarta mayor ciudad de este archipiélago. Hija de un policía y una empleada de un comedor social, fue criada en una fe mormona que luego abandonó por los postulados que esta religión mantiene contra los homosexuales. Pronto dio señales de estar interesada en la política. Con 17 años entró como voluntaria del Partido Laborista y, al poco de acabar sus estudios universitarios, recaló en Europa, donde trabajó dos años en el gabinete de Tony Blair y fue elegida presidenta de la Unión Internacional de las Juventudes Socialistas. De vuelta a casa, fue elegida diputada en el 2008, la más joven en la historia.
Pero la explosión de la jacindamanía llegó en el 2017. Sólo tres meses antes de las elecciones, el Partido Laborista la eligió por sorpresa como líder. Poco después, se convirtió en primera ministra al pactar con los Verdes y el partido Nueva Zelanda Primero.
En el extranjero, copó titulares cuando calificó de “totalmente inaceptable” que le preguntaran si pensaba tener hijos siendo primera ministra. Feminista y progresista convencida, tuvo a su pri-
Criada en la religión mormona, que dejó por su rechazo a los gais, se involucró en política a los 17 años