El paraíso perdido
Por fin, he podido despedir a la blancura invernal que llevaba apoltronada en mi piel durante tantos meses. Ya sí que sí, comienza la cuenta atrás para que el aroma jazmíneo perfume las noches y las tardes sean inacabables. La Semana Santa ha sido ese ansiado caramelito que nos ha endulzado unos días a los que nos hemos agarrado como si el verano directamente no existiera. Recién aterrizada en Madrid, vuelvo vacunada de positividad y poderío tras descubrir Birmania; un tesoro asiático que ha logrado desvestir mi interior. Su autenticidad y conservadurismo hacen de este país de aproximadamente, cincuenta y cinco millones de habitantes, un lugar fuertemente místico con una emocionalidad embaucadora.
Puse rumbo a esta aventura de la mano de Mundo Expedición; un equipo que, de Pese al inesperado bofetón de fuego, agradecí reencontrarme con el bochorno.
Por delante nos esperaba la utopía en la Tierra; Wa Ale. La última joya birmana, un lugar en el que reside la intimidad y el silencio. El archipiélago de Myeik (Mergui) se asimilaba a un lienzo de acuarela. La virginidad de sus playas lo convierten en un enclave protegido en el que la desconexión es la única obligación. Arena casi reflectante, paisajes rocosos y el azul del cielo en un mar transparentemente añil. Myeik parecía una barra libre de pequeñas islas ubicadas en el mar de Andaman y escasamente habitadas por la comunidad nómada Moken.
A nuestra llegada, el cariñoso personal de Wa Ale Island Resort nos esperaba para trasladarnos al paraíso escondido. Tras dos horas, avistamos el parque Natural