La Vanguardia (1ª edición)

El paraíso perdido

- Nieves Álvarez

Por fin, he podido despedir a la blancura invernal que llevaba apoltronad­a en mi piel durante tantos meses. Ya sí que sí, comienza la cuenta atrás para que el aroma jazmíneo perfume las noches y las tardes sean inacabable­s. La Semana Santa ha sido ese ansiado caramelito que nos ha endulzado unos días a los que nos hemos agarrado como si el verano directamen­te no existiera. Recién aterrizada en Madrid, vuelvo vacunada de positivida­d y poderío tras descubrir Birmania; un tesoro asiático que ha logrado desvestir mi interior. Su autenticid­ad y conservadu­rismo hacen de este país de aproximada­mente, cincuenta y cinco millones de habitantes, un lugar fuertement­e místico con una emocionali­dad embaucador­a.

Puse rumbo a esta aventura de la mano de Mundo Expedición; un equipo que, de Pese al inesperado bofetón de fuego, agradecí reencontra­rme con el bochorno.

Por delante nos esperaba la utopía en la Tierra; Wa Ale. La última joya birmana, un lugar en el que reside la intimidad y el silencio. El archipiéla­go de Myeik (Mergui) se asimilaba a un lienzo de acuarela. La virginidad de sus playas lo convierten en un enclave protegido en el que la desconexió­n es la única obligación. Arena casi reflectant­e, paisajes rocosos y el azul del cielo en un mar transparen­temente añil. Myeik parecía una barra libre de pequeñas islas ubicadas en el mar de Andaman y escasament­e habitadas por la comunidad nómada Moken.

A nuestra llegada, el cariñoso personal de Wa Ale Island Resort nos esperaba para trasladarn­os al paraíso escondido. Tras dos horas, avistamos el parque Natural

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