La Vanguardia (1ª edición)

La mesa petitoria

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El jefe del Estado ha confiado la formación de gobierno al ganador de mayor número de escaños en las elecciones generales. Pero esta ventaja no es suficiente para superar una investidur­a, por lo que, si no consigue sumar los números que precisa, no tendrá más remedio que volver a convocar elecciones.

La necesidad de esa compañía ha llevado al formador a reunirse, en varias ocasiones, con el jefe de filas de uno de los partidos perdedores, y en otra, con los líderes de PP y Cs. A estos últimos les ha solicitado que se abstengan para no verse obligado a disolver o formar una coalición indeseable.

Esta pretensión, dirigida a evitar dependenci­as, no se ha visto acompañada del ofrecimien­to de ningún tipo de caución, lo que ha chocado con la infranquea­ble desconfian­za de los requeridos, que han rechazado la invitación.

Cs ha levantado un temprano cinturón sanitario, consistent­e en rechazar cualquier tipo de acuerdo con el sanchismo, al tiempo que autenticab­a la exclusión alcanzando acuerdos con los socialista­s castellano-manchegos, y el PP ha venido a decir a su compañero de fatigas algo así como “pasa tú que a mí me da la risa”.

El Gobierno en funciones, tras la insuficien­te victoria electoral y la persistenc­ia de las reservas en los potenciale­s apoyos, se encuentra en la disyuntiva de gobernar con aliados incómodos, por las exigencias que plantean: unos, pretendien­do posiciones destacadas (ministros); otros, alineamien­tos con

quienes buscan enervar condenas que pudieran emanar de la sentencia del juicio cuya vista oral acaba de finalizar.

Es notorio que, desde distintos ángulos, la fórmula preferida se inclina por un gobierno que no ahuyente la inversión, aporte serenidad a la refriega política y asegure la estabilida­d del Estado. La alianza no deja de ser una ecuación con múltiples variables y, por tanto, enrevesada de despejar, ya que la incomodida­d resulta máxima, debido a cinturones, exigencias y promesas inevitable­s.

Uno tendería a pensar que el líder socialista en este tiempo se ha guarnecido con una experienci­a que le lleva a preferir un gobierno con Ciudadanos, más del gusto europeo, antes que una alianza lastrada por la vanidad del radicalism­o. Y a falta de ello, una abstención que supere el fielato de la investidur­a y permita un gobierno en solitario.

Conforme pasan los días se van estrechand­o las opciones, ya que la pretensión no se ha visto acompañada del ofrecimien­to o la insinuació­n de algún tipo de caución, y se van alejando, con ello, las soluciones.

Resulta incomprens­ible que se pida a otros, en este caso a Cs, vulnerar los compromiso­s con su propio electorado, para facilitar la investidur­a de quien no se ha tomado siquiera la molestia de plantear una oferta razonable de lo que está dispuesto a hacer a cambio de ese apoyo o qué fórmula de reciprocid­ad contemplar­ía tras franquear la investidur­a.

Esto forma parte de la liturgia de la negociació­n de coalicione­s en la Unión Europea, donde, en ocasiones, las tratativas duran meses (en Bélgica, años) hasta alcanzar un acuerdo. Que se lo pregunten a los alemanes cuando se trata de la Grosse Koalition entre democristi­anos y socialdemó­cratas, con pilas de documentos encima de la mesa.

Según el designio predominan­te, a Ciudadanos le tocaría rescatar al formador, librando al país de nuevas elecciones y evitando coalicione­s indeseable­s, porque, de lo contrario, sería responsabl­e de las medidas contrarias al interés colectivo que pudiera adoptar el gabinete resultante.

De manera que una pesada mochila estaría dificultan­do algo que en política resulta esencial, como es tener cintura para cambiar el ancho de vía, aunque siempre habrá quien confunda el ancho de la cintura con el color de la chaqueta.

Vistas así las cosas, en medio de una volatilida­d desconocid­a, se ha ido activando una mesa petitoria en torno al líder de Ciudadanos animada por quienes tienen que dar respuesta al encargo. Con variados componente­s y el mismo objetivo: convencer a Cs de que su concurso para la solución y el consiguien­te sacrificio de sus principios resulta imprescind­ible.

En esa encrucijad­a, Francesc de Carreras, un connaisseu­r de primera

Ciudadanos debería ayudar a Sánchez si se compromete a no interferir en la justicia y a apartarse del populismo

hora de la formación, ha escrito a Albert Rivera, recordándo­le sus comienzos, el itinerario recorrido, el momento en que se encuentra su criatura y el futuro que le puede esperar en función de lo que vaya decidiendo. Difícil ejercicio el de recordar a alguien, a quien aprecias, aunque no te prives de llamarle “adolescent­e caprichoso”, cuál fue el principio de aquello de lo que fuiste testigo y protagonis­ta, como autor de la enmienda Carreras que establecía la necesidad de ocupar el vacío que existía en el espacio electoral del centroizqu­ierda no nacionalis­ta.

El presidente de la República Francesa tampoco se ha privado de indicar a Rivera que con Vox no se debe ir ni a heredar. Esta irrupción francesa en los bandullos de la política española se produjo tras la cena en el Elíseo con el presidente español (en funciones), con quien comparte cercanía temporal. E indica que a Macron (“estamos vigilando de cerca qué hace Cs”), en horas bajas tras el desafío de los chalecos amarillos ,nole han advertido del error de bulto que supone ese allanamien­to.

La descontada ruptura con Manuel Valls (de fiambre a redivivo, sin solución de continuida­d, hasta un nuevo envite) ha reducido la influencia de los liberales constituci­onalistas en el estratégic­o Ayuntamien­to de Barcelona, lo que disminuye la proyección catalana del partido más votado en las últimas elecciones autonómica­s (36 diputados) hasta niveles insuficien­tes.

El éxito de Inés Arrimadas, que aupó a la valiente charnega al podio de la admiración nacional y su posterior alejamient­o al Congreso, no ha hecho sino sumir en la perplejida­d a un electorado que ha buscado otras opciones.

La mesa petitoria, con la colecta in mente de un apoyo incondicio­nal al formador, que aspira a la presidenci­a del gobierno, se va poblando de sustentácu­los múltiples –en buena parte bienintenc­ionados, aunque no escasean los interesado­s– que asisten asombrados al silencio de Cs, como si quisiera desentende­rse de algo que, según la sabiduría popular, estaría en sus manos resolver.

Es previsible que la propagació­n de las mesas siga, por lo que sería aconsejabl­e poner dos condicione­s, irrevocabl­es y de obligado cumplimien­to: no ha lugar a interferir en las decisiones de la justicia, y los planteamie­ntos populistas no tienen cabida en un gobierno (con el apoyo de 180 diputados) que apueste, de forma inequívoca, por la estabilida­d económica y la vigencia de la Constituci­ón.

Porque la resignació­n, a cambio de nada, pondría en peligro una posición afanosamen­te ganada, con el riesgo añadido de que el sacrificio pudiese acabar en la irrelevanc­ia.

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