La Vanguardia (1ª edición)

Un rey en la tormenta

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Si usted plantea a un directivo del CIS (Centro de Investigac­iones Sociológic­as) por qué no preguntan por la monarquía en sus barómetros, suele responder: “Porque no es un problema y no llega al 1% el porcentaje de españoles que piensan que la monarquía es un problema”. Se trata, supone este cronista, de una media del ámbito estatal, porque en la Catalunya independen­tista sí lo es. No hay más que recordar los nombramien­tos de Felipe VI como “persona non grata”, los desplantes del presidente de la Generalita­t, la retirada de símbolos borbónicos en el Ayuntamien­to de Barcelona o la quema de retratos en manifestac­iones. Y tiene su lógica: si el Rey representa, según la Constituci­ón, la unidad del Estado, es uno de los primeros objetivos que batir por el secesionis­mo.

Bien. A pesar de no haber sondeos recientes del CIS sobre la monarquía, sí hubo encuestas privadas, concretame­nte en los diarios ABC yen El Confidenci­al. Según la primera, tres de cada cuatro ciudadanos valoran positivame­nte a Felipe VI. Según la segunda, la aprobación de la gestión

real anda en torno al 70%. Quizá tenga razón el CIS cuando alega que la monarquía no es un problema, pero el hecho de hacer encuestas privadas demuestra que existe un debate que se suscita cada vez que se celebra algún acontecimi­ento o se recuerda un gran hecho protagoniz­ado por los Reyes. Este mes de junio hubo tres: la retirada de Juan Carlos I de las actividade­s públicas, el aniversari­o de su abdicación y los cinco años de reinado de Felipe VI, que se cumplieron ayer. Hubo, por tanto, tres oportunida­des de pronunciar­se sobre la salud del sistema.

Lo trascenden­te de estos cinco años de Felipe VI es, a mi juicio, que superó con éxito la prueba de la sucesión, recuperó el prestigio de la Corona, cumplió el compromiso de ejemplarid­ad que enunció en su discurso de proclamaci­ón y no hay un sólo reproche que hacer al cumplimien­to de las funciones que le encomienda la Constituci­ón. Para un país cuyas generacion­es mayores hemos sido educadas en el republican­ismo, es un éxito del Monarca. Ya empieza a haber más felipistas que monárquico­s, lo cual demuestra que se repite la historia de su padre y que la salud de la Corona depende, sobre todo, del buen hacer de su titular. Don Felipe dijo en una ocasión que habrá monarquía hasta que el pueblo español la quiera. En consecuenc­ia, el deber del Monarca es conseguir esa adhesión del pueblo español.

Está claro que un régimen político es válido según su utilidad social. ¿Y cómo se mide esa utilidad? Se mide por su contribuci­ón a la estabilida­d, por su comportami­ento ético, por su equidistan­cia entre los partidos y porque supone un toque de solvencia y dignidad frente a tanta medianía y tanto interés de partido. Por esos valores hay que juzgar a Felipe VI. Y creo que sale muy bien parado. Mirando a nuestra clase política, aunque sólo sea por comparació­n.

Felipe VI recuperó el prestigio de la Corona y cumplió el compromiso de ejemplarid­ad

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