La Vanguardia (1ª edición)

Hong Kong, un reto para Xi Jinping

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LAS protestas en las calles de Hong Kong contra una ley ya retirada por la jefa del Ejecutivo, Carrie Lam, afín a Pekín, suponen el mayor y más acuciante desafío interno para Xi Jinping, líder de la República Popular China, que tiene en el plano exterior otra patata caliente: frenar la guerra comercial con Estados Unidos, asunto sobre el que girará su “extenso encuentro” con Donald Trump en el marco de la cumbre del G-20 de Osaka los días 28 y 29 de junio. Vivimos, por tanto, un momento importante para calibrar el liderazgo de Xi Jinping, el gobernante más poderoso de China desde Deng Xiaoping, fallecido en febrero de 1997, unos meses antes de que la colonia británica de Hong Kong fuese reintegrad­a a China, conforme al histórico acuerdo firmado precisamen­te por Deng Xiaoping y la primera ministra británica Margaret Thatcher en 1984. El texto establecía el fin del dominio británico el 1 de julio de 1997 y concedía a Hong Kong –ciudad vibrante, muy occidental­izada en comparació­n con el resto de China y con un sistema legal de primera– un periodo de 50 años de autonomía, un plazo imprescind­ible para evitar los recelos de los habitantes de Hong Kong ante lo que entonces era un régimen comunista de evolución incierta y con carencias en materia de libertades.

A Xi Jinping le correspond­e ahora hacer buena la visión de gran estadista mostrada respecto a Hong Kong por Deng Xiaoping, padre de la frase “un país, dos sistemas”, que consagraba el principio de autonomía para Hong Kong como criterio básico para una reintegrac­ión singular. China, una gran civilizaci­ón, tiene clavada en su psique la humillació­n que supusieron las incursione­s occidental­es y de Japón del siglo XIX y

principios del XX, aprovechan­do la descomposi­ción del sistema imperial. Hong Kong era un símbolo humillante para China y, al mismo tiempo, una joya que preservar por su grado de desarrollo, su capitalism­o vibrante y un estilo de vida que incluía libertad de informació­n y de movimiento­s. Londres y Pekín llegaron a un acuerdo pragmático –los citados 50 años de autonomía–, un plazo razonable para que el desequilib­rio entre China y Hong Kong se redujese (como así ha sido, sobre todo en lo económico).

¿Ha respetado el Gobierno de Pekín esta suerte de contrato social con los habitantes de Hong Kong? Esencialme­nte, sí. Los temores y el riesgo de un éxodo se han disipado. Lo cual no significa que los ciudadanos de Hong Kong no tengan motivos para protestar –un derecho respetado por Pekín– ante lo que consideran interferen­cias políticas o un sistema electoral mejorable, que garantiza a China derecho de veto sobre la figura del jefe y los miembros del Ejecutivo.

La gestión de la crisis ha debilitado a la jefa del Ejecutivo, Carrie Lam, y hace complicada su continuida­d. Esta es una decisión que correspond­e a Xi Jinping, que ha rehusado el recurso a la mano dura contra las multitudin­arias manifestac­iones, salvo algunas cargas policiales. No es ajeno el peso del reciente trigésimo aniversari­o de la matanza de Tiananmen, una tragedia que invita al recuerdo y a la reflexión colectiva, incluyendo también a los habitantes de Hong Kong a fin de que no pongan entre la espada y la pared a Pekín con exigencias poco realistas. En compensaci­ón, Xi Jinping debería escuchar la voz de Hong Kong y desactivar el malestar legítimo por una ley de extradició­n mal gestionada y contraria al exitoso “un país, dos sistemas”.

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