La Vanguardia (1ª edición)

La Lliga, Valls, 1976

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Febrero de 1976. Franco hace pocos meses que ha fallecido. La dictadura es improrroga­ble, la ruptura es impractica­ble, la vía es la reforma, la que se pueda y con permiso de los militares. El 23 de aquel mes, se presenta el Partit de Centre Català, que posteriorm­ente se conocerá como Centre Català (CC). Sus impulsores son hombres jóvenes y dinámicos, la cara más moderna y progresist­a de la burguesía. Son europeísta­s, ilustrados, demócratas convencido­s: Joan Mas Cantí, ingeniero textil y empresario; Carles Güell de Sentmenat, ingeniero químico y ejecutivo de Asland; Carles Ferrer Salat, ingeniero químico, licenciado en Filosofía y Letras y Económicas, presidente de Ferrer Internacio­nal y Banco de Europa, detenido y encarcelad­o en 1957 por distribuir papeles de una huelga; y Joaquim Molins, ingeniero industrial y máster en Economía y Dirección de Empresas y ejecutivo de Aucona. Han destacado como fundadores del Cercle d’Economia, un lugar que han sabido hacer brillar en medio de la mediocrida­d, y también han trabajado duro en la Jove Cambra, otro espacio de conspiraci­ones cívicas. Tienen un aire afrancesad­o, han conseguido generar un relato –entonces no se decía así– y provocar grandes expectativ­as. Se espera mucho de ellos.

Entre 1976 y 1978, la sopa de letras política es muy espesa. Al lado de CC está también el Club Catalònia –con patricios de peso como Joan Anton Maragall, Ramon Guardans, Jaume Carner, Josep A. Linati o Carles Sentís–, la Lliga de Catalunya-Partit Liberal Català –con Josep M.ª Figueras al frente– el Club Àgora, Acció Democràtic­a o Reforma Democràtic­a de Catalunya. La mayoría invoca don Francesc Cambó y observa con atención los movimiento­s de un banquero que fue juzgado y encarcelad­o por la dictadura, y ha saltado a la política: Jordi Pujol. El médico que ejerce de financiero es el único que tiene una idea completa de país en la cabeza y sabe cómo plasmarla. Los próceres lo ven como un intruso, alguien que se ha colado en la fiesta, un

miembro de la pequeña burguesía que quiere sentarse con los mayores. Eso es otra lucha de clases.

En las primeras elecciones, el 15 de junio de 1977, CC concurrió de la mano de Unió Democràtic­a, el histórico partido entonces liderado por Anton Cañellas. Este y Güell consiguier­on acta de diputado pero aquella coalición duró poco. En marzo de 1978, CC fundó el partido Unió de Centre de Catalunya que, pocos meses después, estableció un acuerdo electoral con la UCD de Suárez. Tras las generales de 1979, los dirigentes de CC rechazaron fundirse en la maquinaria suarista, olían el sucursalis­mo. Molins y Miró i Ardèvol, que pilotan la nave cuando Güell y Mas Cantí ya no están, se aproximan a Pujol. Finalmente, la mayoría de sus miembros aterriza en Convergènc­ia. Fin de la historia.

Hasta aquí el retrovisor. Va bien recordar el pasado, ahora que –según parece– hay quien tiene nostalgia de 1976. El vodevil municipal de Valls ha excitado las fantasías. El retorno al futuro que ya hemos visto otras veces cabalga de nuevo. El último que lo intentó fue Josep Piqué, obligado por Aznar a ejercer de líder del PP de Catalunya después de haber sido ministro de éxito. Piqué, que tenía un interés descriptib­le por su partido, lo intentó sin matarse; el breve verano del piquerismo desenterró a Cambó, la Lliga, el seny, Joan Maragall, el catalanism­o de orden, etcétera. Para alguien que había estado en el PSUC era una buena gimnasia.

Remarco que todo eso pasó mucho antes del proceso. Al final, el PP y Piqué se cansaron de tanta comedia.

La colega Lola García explicaba el martes que Valls inspirará la creación de un nuevo partido que quiere recoger 300.000 votos que –leyenda urbana o producto de algún politólogo ocioso– hoy son huérfanos en la catalana tierra. El nombre del artefacto podría ser Lliga Democràtic­a, una elección que ya lo dice todo. Me cuesta entender que los empresario­s que pueden pagar 20.000 euros al mes a Valls para evitar que Colau sea alcaldesa (perdón, eso era antes, ahora cobra para evitar que los maléficos indepes gobiernen) sepan tan poca historia. Dejando de lado la fijación fetichista con la Lliga, quizá deberían encargar menos encuestas y leer algunos historiado­res.

En resumen, Valls o un equipo con la marca Valls quiere rebobinar la política hasta 1976. Como si el mundo y el país no hubieran cambiado. El objetivo es seducir a un electorado de centrodere­cha catalanist­a no independen­tista y hacer que entren en el Parlament cinco o seis diputados que, llegado el momento, tengan la llave de la gobernabil­idad. Pero tenemos un problema: para seducir a votantes catalanist­as hace falta que el invento sea también más o menos catalanist­a; y eso tampoco aseguraría el éxito de la empresa, como pudo comprobar Duran Lleida cuando se presentó a las elecciones sin CDC. Por cierto, catalanism­o es una cosa y catalanida­d otra, aviso para navegantes. De momento, Valls no parece muy interesado en el catalanism­o, pero no podemos descartar nada de un hombre que ha venido a Catalunya a enseñarnos buena educación y a sorprender­nos cada día.

Valls quiere rebobinar la política hasta 1976; como si el mundo y el país no hubieran cambiado

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