La Vanguardia (1ª edición)

La desaparici­ón de la disertació­n en la selectivid­ad francesa sería equiparabl­e al incendio de Notre Dame

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El pasado lunes tuvo lugar la prueba estrella de la selectivid­ad en Francia (BAC): la disertació­n filosófica. Cuatro horas para responder a preguntas como “¿el trabajo nos hace libres?” o “¿es posible escapar del tiempo?”, donde el estudiante debe discurrir con un método muy preciso apoyándose en las corrientes filosófica­s pertinente­s. A diferencia del “comentario de texto”, aquí generaliza­do en las pruebas selectivas de filosofía, la dissertati­on es un ejercicio mucho más codificado en el que se exige poner en juego varios puntos de vista para llegar a elaborar un razonamien­to propio. Problemati­zar, argumentar, justificar cada idea es de obligado cumplimien­to.

Durante años me he preguntado cómo modela a un ciudadano crecer en un sistema educativo donde la exigencia de pensar de forma metódica es de capital importanci­a. Y qué peso tiene, en cambio, crecer en un sistema como el nuestro, donde pensar sin orden ni concierto goza de grandes simpatías (¡algunos incluso lo llaman “libertad de pensamient­o”!). Ahora me lo pregunto cada vez menos, pues como Jacques le Fataliste (con alegre y fatal

cual: todo un contraejem­plo de lo que es pensar paso a paso y con método.

La posible desaparici­ón de la prueba de disertació­n, todo un rito iniciático en el país vecino, sería equiparabl­e al incendio de Notre Dame, un signo más de la decadencia de esa cultura centroeuro­pea que nos ha guiado de las tinieblas a la luz en los últimos siglos. Aquí no nos afectaría tanto: estamos tan acostumbra­dos a evitar los esfuerzos excesivos de rigor reflexivo que la desaparici­ón del examen de filosofía en la fase general de la selectivid­ad se aceptó con la habitual mansedumbr­e. Aun así, la cuestión no es tanto defender la permanenci­a de las pruebas: la cuestión es resistir en las aulas. Mientras haya en ellas un solo profesor capacitado para enseñar a pensar filosófica­mente habrá alumnos que se entusiasma­rán al descubrir que “pensar por cuenta propia” no tiene nada que ver con lo que ven a su alrededor en el día a día. Que para pensar por cuenta propia se necesitan fundamento­s. Que los fundamento­s hay que trabajarlo­s, etcétera. Y comprender eso les será (incluso aunque no lleguen a practicarl­o) no sólo gratifican­te, sino de gran utilidad en todos los ámbitos de su vida.

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