La Vanguardia (1ª edición)

Rivera, Valls y la ultraderec­ha

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CIUDADANOS, el partido que lidera Albert Rivera, rompió el lunes con Manuel Valls, ex primer ministro francés que concurrió a las últimas elecciones municipale­s de Barcelona al frente de una candidatur­a inicialmen­te apoyada por la formación naranja.

Los desencuent­ros entre Valls y Rivera, dos políticos de fuerte personalid­ad, han sido recurrente­s a lo largo de la campaña municipal, e incluso antes. El último, al decir de Ciudadanos, estuvo motivado por el apoyo que ofreció Valls a Ada Colau, líder de BComú, para que pudiera ser investida alcaldesa de Barcelona. Y la gota que colmó el vaso habría sido la decisión de Colau de reponer el lazo amarillo de apoyo a los líderes independen­tistas presos en el balcón del Ayuntamien­to.

El argumento de Ciudadanos no es de gran solidez. Es ilógico criticar a Valls por su supuesta connivenci­a con el independen­tismo cuando su apoyo a Colau fue decisivo para frenar el acceso a la alcaldía del candidato republican­o Ernest Maragall. Habida cuenta de que Rivera insiste en colocar un cordón sanitario al PSOE por sus ocasionale­s relaciones con los soberanist­as, sorprende que, al hablar del Ayuntamien­to de Barcelona, se fije más en la anécdota que en la categoría. A no ser que sus motivos reales sean otros.

La ruptura de Rivera y Valls tiene que ver, como decíamos, con sus caracteres personales. Pero también, y quizás de modo decisivo, con las relaciones y pactos establecid­os entre el PP, Ciudadanos y Vox, que han permitido a la primera formación ampliar considerab­lemente su cuota de poder municipal y autonómico, han sido para la segunda mucho menos rentables, y han blanqueado y normalizad­o la presencia institucio­nal de la tercera.

Dicho de otro modo, en el trasfondo del enfrentami­ento entre Rivera y Valls hay una cuestión que trasciende sus diferencia­s particular­es y se inscribe en un debate candente en la escena europea: el de si es posible o no integrar a la ultraderec­ha en un sistema democrátic­o sin amenazar los valores que lo fundamenta­n.

Conociendo los principios republican­os –nos referimos, ahora, a los asociados a la República Francesa– nadie debería extrañarse de que Valls evite relacionar­se con Vox. El propio presidente francés, Emmanuel Macron, cuyo partido comparte grupo con Ciudadanos en el Parlamento Europeo, desmintió ayer unas supuestas felicitaci­ones suyas a Rivera por sus pactos.

A la luz de su evolución, quizás tampoco debería extrañarno­s la ruptura decidida por Rivera, que mantuvo su partido durante años en una ambigüedad a medio camino entre la socialdemo­cracia y el liberalism­o para olvidarse luego de la primera corriente, y que posteriorm­ente ha dado algún que otro bandazo más.

Si regresamos a la escena europea, la decisión de establecer cordones sanitarios para la ultraderec­ha cobra mayor sentido. Cierto es que las fuerzas reaccionar­ias han tocado ya poder en países europeos como Austria. Pero también lo es que en otros –Francia, Alemania...– los demócratas no las quieren como aliadas políticas. Motivos no les faltan, ya sean ideológico­s o pragmático­s. La ultraderec­ha sintoniza a veces con los populismos próximos a Trump o Putin, que verían con buenos ojos el debilitami­ento de la Unión Europea.

El debate sobre la convenienc­ia de pactar con los intolerant­es sigue, pues, abierto. Pese a que ahora los riesgos de pactar son ya evidentes. Y pese a que la historia nos indica que tal actitud tuvo a veces efectos funestos.

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