La Vanguardia (1ª edición)

Prensa sin humor

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Se acabó la broma. Pero se trata de un asunto muy serio. A partir del 1 de julio, la edición internacio­nal de The New York Times dejará de publicar viñetas políticas. La decisión se ha producido a raíz de un chiste polémico sobre el primer ministro israelí, Beniamin Netanyahu. Es un signo de los tiempos, preocupant­e. No sólo por lo que implica de censura y autocensur­a. Sino porque se produce –paradójica­mente– en un momento de inflación imparable de productos supuestame­nte humorístic­os, por tierra, mar y aire.

Podríamos caer en el tópico y atribuir este exceso de humor (a menudo de calidad pésima) a las redes, donde materiales que pretenden provocar la risa son marea incesante. Pero el problema proviene de los medios convencion­ales y de dos fenómenos muy tóxicos pero absolutame­nte normalizad­os. El primer problema es la mezcla de contenidos serios con registros presuntame­nte humorístic­os, una de las claves del llamado infoentret­enimiento, que viene de lejos; eso es, por ejemplo, introducir a un imitador que hace preguntas diferentes en una entrevista con alguien que habla del precio de la vivienda, la crisis climática, los presos independen­tistas o las protestas en Hong Kong. El segundo es el incremento de espacios de humor (y asimilados) en las parrillas de cadenas públicas y privadas de radio y televisión, hasta llegar a la saturación; por ejemplo, en TV3, encontramo­s un programa excelente como Polònia, que tendría más valor si no estuviera rodeado de otros productos que intentan, cada día, estirar la bromita hasta el aburrimien­to.

El exceso de humor ha restado peso a la función política del humor, que es –periodísti­camente hablando– un contrapunt­o imprescind­ible de los

El humor bien hecho, inteligent­e, es un servicio higiénico que los medios ofrecen a la comunidad

contenidos duros, densos y a menudo dramáticos de los medios. El humor bien hecho, inteligent­e, consigue mostrar el trasfondo de la actualidad mediante la deformació­n de la realidad. Es un servicio higiénico que los medios ofrecen a la comunidad. El maestro Lorenzo Gomis lo dejó bien explicado en uno de sus artículos: “Gracias al humor, gracias a la risa, la sociedad obtiene placer de algo que le duele y le disgusta, y el objeto de la risa social puede incluso agregarse a ella y reírse de lo que en definitiva no es más que un chiste, una broma, una imaginació­n que no hay que tomar en serio. Es la función de la risa en la sociedad y del humor en una democracia”.

A todo le llamamos humor. Prolifera, en determinad­os medios, un humor precario que imita o entroniza las bromas de estilo adolescent­e, de elaboració­n mínima pero con ínfulas de genialidad rompedora. ¿Por qué hacer otra cosa si eso también lo pagan? Pero hacer humor en los medios es un privilegio que no debería malgastars­e. La prensa, desde sus orígenes, ha dado a los caricaturi­stas licencia para matar, sobre todo a los personajes con más poder.

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