El exotismo vuelve a lucir en la Rambla
todavía mandaba el exotismo, sobre todo el neomozárabe, pero la inauguración del canal de Suez y el estreno de Aida en el Liceu le habían influido lo suyo.
Bruno Cuadros, un poco soñador y enamorado del arte, sugiere a Vilaseca añadir otro exotismo, el ligado a su negocio y que resulte mucho más llamativo. Así en la fachada con un volumen muy vistoso surgen el farol y sobre todo el dragón para acompañar al paraguas. Y no pasan inadvertidos los abanicos en relieve y los grandes paneles polícromos esgrafiados. El arquitecto no interpretó, sino que copió las magistrales estampas clásicas del catálogo del Museo de Tokio; evocaciones ukiyo-e: un mundo de placer en todas sus formas impregna la atmósfera intensa de los paneles.
El japonismo, de moda en Europa y también en Barcelona tal como ha estudiado con autoridad Ricard Bru, encajaba con lo que ofrece en la tienda Bruno Cuadros, nombre llamativo que aparece en los dos rótulos que realzan el entresuelo.
Vilaseca derramó ornamentación de igual estilo en el interior del establecimiento.
La restauración de las fachadas ha corrido bajo la responsabilidad de las empresas de Quico Vez, Tres Ranas, y la de la arquitecta Inés Rodríguez, Air Project. No esperaban que algunos elementos corpóreos, como el dragón hubiera resistido en tan buen estado; fue obrado en zinc por la Compañía Asturiana de Aluminio y pesa 250 kilos. La sorpresa ha sido descubrir que, bajo la capa de los paneles esgrafiados objeto de restauraciones anteriores, quedaban buenos rastros de los dibujos originales trazados por Vilaseca, que han sido muy bien
Bruno Cuadros, el propietario de la casa y la tienda, tenía una sentido comercial y publicitario afinado
recuperados. Sobre la monocromía de las fachadas, descuella así el contrapunto policromado de los grandes paneles merced al deslumbrante ukiyo-e.
La guinda aparece al atardecer, cuando en el farolillo pero sobre todo en la boca y los ojos del dragón brota con misterio la luz. Se vuelve así al origen, el que Josep Carner, príncep dels poetes, se había llevado grabado en su sensibilidad extremada. La prueba es que cuando regresó en 1970 de su largo exilio, con 86 años y una salud mermada, no se enteró dónde se encontraba hasta que avistó el dragón, y entonces comentó que estaba Barcelona.