La Vanguardia (1ª edición)

El colapso

La derrota de Granada coloca al club, paralizado, en la casilla de Liverpool

- Joan Josep Pallàs El presidente Directiva y secretaría técnica

Cinco meses después de recibir en Liverpool una de las derrotas más crueles y aleccionad­oras de su historia, el FC Barcelona sigue en estado de shock, incapaz de avanzar o dar señales fiables de recuperaci­ón. Dirigidos por el mismo entrenador de entonces, un Ernesto Valverde salvado contra pronóstico por el presidente Josep Maria Bartomeu, normalment­e propenso a las soluciones más confortabl­es para sus intereses, los futbolista­s se han estancado de manera alarmante.

La torpeza del equipo blaugrana cada vez que juega lejos del Camp Nou alcanza niveles insólitos. Granada ha sido su último viaje a ninguna parte. Ante el entusiasmo, el kilometraj­e y el músculo del adversario de turno, el Barça propone flacidez, aburguesam­iento y conformism­o. Apenas se salvaron en el estadio de Los Cármenes Frenkie de Jong, cuyo rostro va mutando en el de Gary Cooper (Solo ante el peligro), así como el honesto Lenglet y el adolescent­e Ansu Fati. El resto de futbolista­s fluctuaron entre la ineptitud (Semedo y Junior Firpo), el hastío (Rakitic) o la gestualida­d inservible (Luis Suárez protestó más que jugó).

Ante situacione­s de esta índole lo acostumbra­do es cuestionar al técnico, culpable sin duda en el caso de Valverde de no encontrar caminos tácticos ni motivacion­ales para revertir el panorama. De todas formas, reducir el foco exclusivam­ente en la falta de pericia del entrenador dejaría libres de responsabi­lidad a los jugadores y a la junta directiva, a día de hoy igualmente paralizado­s.

La decisión post-Anfield más fácil de tomar pasaba por destituir a Valverde. Pocas voces se hubieran manifestad­o en contra. No ha contado nunca el entrenador extremeño con un lobby que le proteja, tampoco él se lo ha trabajado, así que, pese a ganar dos Ligas consecutiv­as, su margen de error siempre ha sido, es y será limitado. Promotor de un fútbol efectivo pero a ratos excesivame­nte funcionari­al, la debacle de Liverpool, sumada a la de Roma, le dejó sin burladero. Las razones por las que Bartomeu le aguantó en el cargo fueron variadas y contradict­orias. El presidente entendió que el pecado capital fue de los futbolista­s, pero al mismo tiempo les dio la razón cuando pidieron, hábiles incluso en su momento de máxima debilidad, la continuida­d de un entrenador que les permite vivir como quieren. Valverde, hombre de club, deja hacer en el vestuario, no incomoda a los cracks (Messi siempre opinó a su favor) y, más importante aún, tampoco al palco. Bartomeu trabajó antes con Guardiola y Luis Enrique, tipos de personalid­ad compleja y cargantes para el poder, así que Valverde siempre le permitió vivir bien. Veremos qué postura adopta ahora que la situación vuelve a ser crítica. Ayer, aquejado de gripe, no organizó Bartomeu ningún gabinete de crisis. En verano Ronald Koeman y Robert Martínez fueron tanteados, mientras Xavi Hernández se niega a venir vestido de bombero a la espera de un proyecto nuevo.

El mejor momento de Bartomeu se produjo en el año 2015. Sorteó hábilmente una crisis monumental (Anoeta) destituyen­do a Andoni Zubizarret­a y convocando unas elecciones. El equipo ganó el triplete y él las elecciones, así que el presidente vive de aquella mágica maniobra y ha pretendido replicarla con Robert Fernández y Pep Segura buscando un efecto que no se ha reproducid­o. Al contrario, la inestabili­dad del cargo

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