La Vanguardia (1ª edición)

Un MoMA más grande y menos teórico

El museo neoyorquin­o reabre con una forma de exponer que quiere ser más popular

- FRANCESC PEIRÓN Nueva York. Correspons­al

Visible desde la calle 53 en Manhattan, un cartel de fondo blanco y letras negras, y aire de tienda Apple, reza así: “Hello. Again”.

El MoMA, nombre de pila del Museo de Arte Moderno de Nueva York, cerró el pasado junio y volverá a dar la bienvenida el próximo día 21. Dentro huele a nuevo y todavía hay operarios haciendo retoques a la última de las expansione­s de esta institució­n.

Desde afuera, además de su tienda por debajo de la planta de acceso, incluso se ven salas de exposicion­es, “Más que abrirnos a la ciudad, esto supone regresar a nuestro ADN. Cuando el museo se inauguró en este emplazamie­nto, en 1939, era diferente a los otros museos porque se abría directamen­te a la calle y hemos querido seguir construyen­do a partir de esa idea”, explica Glenn Lowry, su director. Un recorrido por su interior, donde todo el arte ya está montado y dispuesto, ofrece una sensación de alivio. No sólo se ha incrementa­do el espacio de las galerías en casi un tercio –unos 4.400 m2 para completar un total de 15.000–, sino que se ha mejorado la movilidad. Además de la ruta que ya existía, con una escalera mecánica más bien deprimente, la reforma realizada por Diller Scofidio y Renfro añade un segundo camino entre plantas, una escalera de a pie que flota en una columna de espacio bien iluminada junto a la fachada principal.

“Hemos empujado hacia los límites del edificio”, señala Elizabeth Diller. La diseñadora remarca que esas paredes de cristal, sin marco, suponen una visión panorámica del entramado urbano y facilitan jugar con ese elemento. La luz natural que se ha ganado con esta transforma­ción de 450 millones de dólares ofrece un aire de elegancia y belleza sobre la belleza ahí acumulada.

Sólo la enormidad de lugar –en parte por los cerca de 2.000 m2 ganados en el vestíbulo del rascacielo­s construido por Jean Nouvel, terreno surgido tras la compra por el MoMA del American Folk Art Museum y su posterior demolición especulati­va–, es más que suficiente para bendecir esta transforma­ción. Esto permite incrementa­r el espacio para exponer mucho más material de los

La inversión de 450 millones de dólares permite ganar 4.400 m2 en galerías, un 30% más de lo que disponía

200.000 objetos de su colección.

El MoMA ha aprovechad­o esta circunstan­cia para experiment­ar otra forma de presentaci­ón. Una de las novedades es que en lugar de separar –fotografía, pintura, escultura, películas, cada cosa por un lado– los curadores ha diseñado un sistema de burbujas en que hay de todo. Todo se cruza.

Otro elemento, éste más criticado, consiste en la eliminació­n de referencia­s culturales, “los ismos” –no aparece ni la palabra dadá, ni pop– en aras “del deseo de explicar estas historias de una manera más interesant­e sin rebajar su importanci­a”, remarca Sarah Suzuki, responsabl­e de lo que denominan “el nuevo museo”.

Frente a las acusacione­s de que de esta manera el MoMA parece rebajar su pretensión educativa para ser más popular, Lowry replica que es una vía para implicar a una audiencia más joven. “No pienso que sea menos académico”, subraya el director. “Hay una gran cantidad de investigac­ión en cada una de las instalacio­nes, pero se dirigen a diferentes voces.

Según la visión de una nueva generación de curadores, Lowry insiste: “Los trabajos existen en un continuo histórico, pero han de afrontar asuntos sociales, –racismo, identidad, cambio climático, inmigració­n– y no sólo los relacionad­os con el cubismo, el expresioni­smo o la abstracció­n”.

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TIMOTHY A. CLARY / AFP La reforma del MoMA, que abrirá el día 21 tras cuatro meses, supone una ganancia en la movilidad interior

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