La Vanguardia (1ª edición)

Simone Biles, y lejos, el resto

Los jueces le niegan dieces a la estrella “porque sus saltos entrañan riesgos”

- SERGIO HEREDIA QUINTO TÍTULO

Falta un ejercicio, un último aparato todavía, pero Simone Biles ya se está paseando sonriente por el pabellón Hanns Martin Schleyer, en Stuttgart.

Le basta con 12,301 puntos. Le basta con esa puntuación en el ejercicio de suelo, y entonces habrá reeditado su título en el concurso general, el quinto de su carrera.

Para ella, esa puntuación es la nada. Tan sólo una diagonal, el famoso triple-doble, y listos.

Con eso, el oro.

Biles (22) sonríe porque ha hecho eso, el triple-doble, en varias ocasiones. Pero en realidad, esta es cosa muy seria...

El triple-doble es un triple mortal con doble giro. Una proeza de coordinaci­ón atlética que sólo ella es capaz de hacer y que los jueces, preocupado­s, cuestionan.

Cuando Biles lo ejecuta, los jueces le niegan los dieces. Consideran que este movimiento, y también el doble-doble en la salida de la barra de equilibrio, entraña demasiados riesgos. Por eso, califican el tripledobl­e con una H (0,8 puntos) y no con la J (1 punto).

Es decir, que le niegan el 10. A Biles le importa poco.

Sale al tapiz y a la primera diagonal lanza el triple-doble. Tan explosivo es, tan disparado es el movimiento, que Biles se sale de la cuadrícula. Da un paso atrás, y otro paso adelante. Y sigue.

Podría decirse que, a la primera diagonal, ya ha ganado su quinto Mundial.

Biles recoge un 14,400, suma 58,999 y abre un margen superior a los dos puntos sobre la segunda, Xijing Tang (56,899; la española Celia Rodríguez acaba 21.ª, con 51,466).

Y de esta manera se corrobora una certeza: está Biles y, a mucha distancia, está el resto del mundo. (...)

Desde hace siete años, Simone Biles disputa una liga propia. Y por eso se ríe de todo mientras asume que los jueces no la premiarán. No la premiarán lo suficiente. “¿Estoy compitiend­o en mi propia liga? Es cierto. Pero eso no puede significar que me nieguen el crédito por lo que estoy logrando ¿no creen? –decía en estos últimos días–. Quieren que probemos cosas más difíciles y más arte. Lo ofrecemos. Y cuando lo logramos, no lo acreditan”.

Lo cierto es que la Federación Internacio­nal de Gimnasia (FIG) no se ha bajado del carro: “Hay muchos ejemplos en el Código de Gimnasia que lo demuestran: se han tomado decisiones para proteger a los gimnastas y preservar la dirección de la disciplina”, ha replicado la FIG a Biles.

La contrarrép­lica de Biles ha sido en el tapiz. Van cinco títulos en el concurso general, 22 medallas mundiales. Sólo un hombre la supera: Vitaly Scherbo suma 23.

Y las hemeroteca­s recuperan historias del pasado de Biles. Su infancia en Houston. Sus padres drogadicto­s y alcohólico­s, incapaces de cuidar de la niña. Los abuelos lo hicieron todo. Cogieron a la niña y la llevaron a Gymnastyx, un gimnasio en la ciudad. Necesitaba­n una guardería para la cría mientras hacían las compras. Biles tenía ocho años cuando se topó con Aimee Boorman, entrenador­a en Gymnastyx.

Boorman vio un genio y se encargó de Biles.

La elevó.

La acompañó hasta los Juegos de Río 2016, su escaparate al gran público (para entonces, Biles ya sumaba tres títulos mundiales en el concurso general). Luego vino la época oscura. El caso Nassar. El abusador sexual, médico de centenares de gimnastas, nunca saldrá de la cárcel: se han probado abusos a 150 deportista­s. Entre ellas estaba Biles.

Y la reinvenció­n: hace dos años, Boorman emigraba a Florida y Biles pasaba a manos de Laurent Landi. Hace poco, preguntaba­n a Landi: –¿Por qué Biles es la mejor? –Porque prueba cosas que nadie más puede hacer.

La estrella estadounid­ense superó en más de dos puntos a sus rivales en el concurso completo

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LIONEL BONAVENTUR­E / AFP Simone Biles, tras su ejercicio de salto, ayer en Stuttgart

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