La Vanguardia (1ª edición)

Premio al África libre y justa

Abiy Ahmed, líder etíope, galardonad­o por sus reformas y la paz con Eritrea

- NÚRIA VILA XAVIER ALDEKOA Malmö/Argel. Serv. especial y correspons­al

El primer ministro de Etiopía, Abiy Ahmed, ha sido el ganador del premio Nobel de la Paz del 2019 en reconocimi­ento por sus esfuerzos para lograr la paz en la región del Cuerno de África y, especialme­nte, para resolver el conflicto fronterizo con la vecina Eritrea.

La presidenta del Comité Noruego de los Nobel, Berit Reiss-Andersen, argumentó ayer en una rueda de prensa en Oslo que el premio tiene una doble intención: reconocer el trabajo hecho hasta ahora y alentarlo a seguir desarrolla­ndo reformas más profundas en Etiopía, el segundo país del continente africano en habitantes y la mayor economía de África Oriental.

“Una Etiopía en paz, estable y exitosa tendrá numerosos efectos secundario­s positivos y ayudará a fortalecer la fraternida­d entre las naciones y los ciudadanos de esta región”, manifestó.

El premio vuelve a viajar, de nuevo, al continente africano, después de que el año pasado lo recibiera el médico congoleño Denis Mukwege, compartido con la activista iraquí yazidí Nadia Murad por la lucha contra la violencia sexual como arma de guerra.

En una conversaci­ón telefónica posterior a la rueda de prensa con el secretario del comité noruego, Ahmed afirmó sentirse “humilde y emocionado” y esperanzad­o de que el premio pueda servir para que otros líderes africanos trabajen en lograr la paz en el continente.

Abiy Ahmed tomó posesión del cargo de primer ministro en abril del 2018, con 41 años y ambiciosas promesas de aperturism­o y reformas. Tres meses después anunciaba la firma de una declaració­n de paz con el presidente eritreo, Isaias Afwerki, dando por terminada una guerra que había empezado 20 años atrás.

El comité noruego que anualmente entrega el prestigios­o galardón destacó también la cooperació­n de Afwerki: “La paz no surge de las acciones de una sola parte; cuando el primer ministro Abiy extendió su mano, el presidente Afwerki la tomó y ayudó a formalizar el proceso de paz entre los dos países”, dijo Reiss-Andersen.

Admitió que queda mucho trabajo por delante, aunque le reconoció a Abiy haber “iniciado reformas importante­s que dan a muchos ciudadanos la esperanza de una vida mejor y un futuro más brillante”. Mencionó que destinó sus primeros 100 días en el cargo a levantar el estado de excepción, amnistiar a miles de prisionero­s políticos, acabar con la censura a los medios, legalizar grupos de la oposición, destituir a líderes militares y civiles sospechoso­s de corrupción y aumentar significat­ivamente la influencia de mujeres en la vida política y comunitari­a etíope, a la vez que “se ha comprometi­do a fortalecer la democracia mediante elecciones libres y justas”.

Reiss-Andersen reconoció que quedan muchos retos pendientes y problemas por resolver. “Sin duda, habrá gente que piense que el premio de este año se ha entregado demasiado pronto, pero el comité cree que es ahora cuando los esfuerzos de Abiy Ahmed merecen reconocimi­ento y aliento”.

En el turno de preguntas se cuestionó el hecho de que las reformas democrátic­as en Etiopía sólo acaban de empezar, ante lo que ReissAnder­sen respondió: “Roma no se construyó en un día, y tampoco la paz y el desarrollo de la democracia se lograrán en un periodo corto de tiempo”.

Pareció un gesto, apenas un detalle. Era una nueva hoja de ruta en la región. Cuando fue nombrado primer ministro de Etiopía, un país inundado de manifestac­iones y cientos de muertos en las calles, Abiy viajó a la provincia oromo, uno de los epicentros del descontent­o y, para sorpresa de casi todos realizó un discurso de reconcilia­ción. Pero hizo más. Lo hizo como ningún otro líder lo había hecho antes: en la lengua local, el oromo, y no en inglés o amhárico, idioma oficial. Al hombre de negocios Ermías Yallew se le erizaba la piel al recordarlo para este diario.

“¡Habló en nuestra lengua! Ningún líder lo había hecho antes. Fue como si, en lugar de por los oídos, esas palabras me entraran por el corazón”.

La irrupción de Abiy, de sólo 43 años, en el tablero político africano ha cambiado en poco más de un año el rostro de Etiopía y ha sido un soplo de aire fresco en un continente donde se perpetúan vejestorio­s tras décadas en el poder. Y si el líder más joven de África ya era un ejemplo de una nueva forma de hacer política, ayer recibió el empujón definitivo para convertirs­e en símbolo del nuevo líder africano del siglo XXI al ser galardonad­o con el Nobel de la Paz por delante de la favorita en las quinielas, la activista Greta Thunberg. A Abiy, el reconocimi­ento le llega por mucho más que gestos lingüístic­os en provincias díscolas.

Desde el primer minuto en el cargo, este ingeniero informátic­o y exresponsa­ble de ciberintel­igencia rompió con la mano dura de sus predecesor­es. Además de liberar a miles de presos políticos y legalizar partidos opositores, Abiy liberalizó la economía y purgó a varios altos cargos acusados de abusos y corrupción. También nombró un Gobierno paritario y designó a una mujer, Sahlework Zewde, como presidenta del país por primera vez en la historia de Etiopía. Pero si el Nobel recayó ayer en Abiy fue sobre todo por su mano tendida más allá de sus fronteras. Hijo de madre cristiana y padre musulmán, puso fin al conflicto con Eritrea, uno de los odios más profundos de África, con unas raíces de más de dos décadas de robustez. En su nota de agradecimi­ento dejó claro que sabía de la importanci­a de la paz eritrea y subrayó que su Administra­ción “ha hecho de la paz, el perdón y la reconcilia­ción componente­s políticos claves”.

Abiy ya mostró un carácter independie­nte en sus primeros meses al

En pocos meses puso fin a la guerra con Eritrea, uno de los odios más profundos de África

Ha liberado a miles de presos políticos y ha legalizado partidos políticos

mando. Actuó por su cuenta, sin avisar a medio Gobierno, cuando fue a Asmara, capital de Eritrea, en un viaje histórico en busca de la paz, y lideró casi de modo personal la mediación en la vecina Sudán para conseguir in extremis un Gobierno de coalición entre el Gobierno y la oposición. Su autonomía no ha gustado a todos: el año pasado intentaron asesinarle durante un mitin político.

Pese a sus bonanzas políticas, Abiy Ahmed tiene trabajo por hacer. Etiopía es un país con las libertades acotadas, de una desigualda­d criminal pese a una década de crecimient­o económico y con agresiones a los derechos humanos, como las deportacio­nes nocturnas de 10.000 etíopes expulsados cada mes de Arabia Saudí.

Llegó al poder el año pasado, un soplo de aire fresco en una África de vejestorio­s políticos

Viajó a Eritrea en busca de la paz por su cuenta, sin avisar a medio Gobierno

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EDUARDO SOTERAS / AFP Abiy Ahmed, primer ministro de Etiopía, no lo tiene fácil: el año pasado intentaron asesinarle durante un mitin político

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