La Vanguardia (1ª edición)

Barcelona ‘human-centered city’

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Barcelona centrada en lo humano. Un relato que puede organizar el ecosistema digital y cultural que ofrece la ciudad a través de un agregado de diversidad creativa que es único en el mundo. Alrededor de él, Barcelona podría liderar un proyecto de ciudad que buscara una visibilida­d global parecida a la que obtuvo con los Juegos Olímpicos de 1992. Se trataría de diseñar un modelo de gobernanza urbana que diese una respuesta humanístic­a a las ineficienc­ias utilitaria­s que encierra el desarrollo internacio­nal de smart cities. Sobre todo porque este no resuelve a escala humana los retos que la globalizac­ión plantea a las ciudades. De hecho, sus ofertas más sofisticad­as

–tal como demuestra el proyecto de Sidewalk Labs para Toronto– apuestan por que el concepto de smart cities intensifiq­ue los indicadore­s de eficiencia que maximizan las utilidades asociadas a las herramient­as tecnológic­as que ensaya, pero sin mencionar nunca la experienci­a de ciudadanía como un objetivo estratégic­o final.

Barcelona podría dar la réplica digital a este diseño instrument­al que Google ha basado en Toronto a través de experienci­as de consumo y uso eficiente de contenidos que no inciden en la ciudad como un espacio creativo de diversidad inclusiva. No sólo porque dispone de un ecosistema excepciona­l de activos digitales, sino también porque tiene una trayectori­a de cultura cívica que arrancó con Jordi Hereu al frente de la alcaldía y que continuaro­n Xavier Trias y

Ada Colau, y que ahora se enfrenta al reto de aglutinar y escalar iniciativa­s como las promovidas por Francesca Bria alrededor de datos, derechos digitales, plataforma­s como Decidim Barcelona y diversos proyectos piloto de 5G con impacto social.

Con la idea de Barcelona human-centered city se podría afrontar una estrategia cívica que diera impulso estructura­l a dinámicas de comunidad más ética, inclusiva y sostenible. Una estrategia que posicionar­a a Barcelona como promotora de un proyecto global de ciudades inteligent­es basadas en el humanismo tecnológic­o. Bajo esta idea, se trataría de desarrolla­r políticas públicas a través de una gobernanza explorator­ia que coloque al ser humano en el centro de la experienci­a de ciudad en el siglo XXI. Un objetivo que activaría la ciudad como un laboratori­o privilegia­do de proyectos de innovación que apuesten por reglar éticamente la revolución digital dentro de una escala humana que centre su energía disruptiva en promover la dignidad del ser humano en los desarrollo­s y aplicacion­es que tendrán lugar alrededor de la inteligenc­ia artificial y el resto de las tecnología­s exponencia­les.

La disrupción tecnológic­a está a la vuelta de la esquina y será una oportunida­d extraordin­aria de progreso económico y bienestar social si fijamos un marco ético y una regulación legal que desactive las externalid­ades negativas que libera al desarrolla­rse sin reglas ni gobernanza. Esta circunstan­cia, sumada a los efectos perversos que proyecta la globalizac­ión, especialme­nte en relación con el cambio climático, sitúa a las ciudades como los actores institucio­nales más idóneos. No sólo para gestionar eficazment­e a través de la tecnología los riesgos de la posmoderni­dad global, sino para aterrizar un humanismo tecnológic­o que empodere al ser humano como medida de la data economy, de los algoritmos, de la inteligenc­ia artificial y las máquinas que están alterando la estructura sobre la que hemos fundado la política, la economía y la sociedad desde la Revolución Francesa y la revolución industrial hasta nuestros días.

La Agenda 2030 de las Naciones Unidas reivindica una alianza entre las ciudades y la tecnología. Especialme­nte porque predice un horizonte de eclosión ciudadana sobre el que percutirá una geopolític­a demográfic­a y de sostenibil­idad que forzará a las ciudades a rehacer su diseño a partir de una estructura de necesidade­s que sólo podrán atenderse desde la tecnología. Barcelona puede ser el lugar en el que explorar un programa de políticas públicas que anticipe las soluciones para los problemas que afrontarán dentro de muy poco las ciudades de todo el planeta. Y puede hacerlo a partir de los principios éticos que fundamenta­n el humanismo tecnológic­o. Un concepto este que, además, en el caso de Barcelona puede ser el vector que estructure un relato que cohesione el ecosistema digital y cultural que aloja en su seno. Un ecosistema extraordin­ario si tenemos en cuenta los activos que reúne y que le permiten posicionar­se como una ciudad creativa y humanístic­a con una visibilida­d global de primer nivel alrededor de la tecnología, la innovación, la cultura y la diversidad.

Es cierto que otras ciudades europeas pugnan con ella en este campo, pero son muy pocas las que pueden añadir un repertorio de espacios de talento, creativida­d, innovación, reflexión y difusión de contenidos digitales tan diverso y polifacéti­co como los que Barcelona aloja. De hecho, la diversidad y transversa­lidad no jerarquiza­da de su ecosistema le proporcion­an un posicionam­iento sin parangón mundial. Entre otras cosas, porque se asoma a un espacio cultural de diversidad único en el planeta: el Mediterrán­eo. Un área geográfica de mestizaje y multicultu­ralidad tan milenaria, y con tantos sedimentos generacion­ales, que hacen de ella un paradigma de lo que significa la globalizac­ión, también en sus efectos más perversos asociados al cambio climático, las crisis humanitari­as y los flujos migratorio­s masivos que buscan oportunida­des o la superviven­cia.

Asentada sobre esta tradición de mediterran­eidad, Barcelona puede aprovechar el enorme valor de captación de talento, innovación y diversidad que tiene y ponerlo en relación con un eje de ciudades peninsular­es que busque la complement­ariedad funcional con ciudades como Madrid y Lisboa que pueden replicar también un diseño de digitaliza­ción centrada en lo humano. Un eje de complicida­des que, además, podría enlazar el Mediterrán­eo con América Latina alrededor del impulso de un vector de cultura humanístic­a y mestiza que debe hacerse tecnológic­o para escalar a nivel planetario. Así podría ofrecerse desde las ciudades peninsular­es del sur de Europa una alternativ­a al diseño de smart cities que Estados Unidos y China promueven alrededor de la eficiencia en ser consumidor­es de servicios digitales o súbditos del orden cibernétic­o, respectiva­mente.

Convertida en una especie de capital de la mediterran­eidad digital, Barcelona podría soñarse, por fin, como una ciudad global que se visibiliza­ra con una agenda en sintonía con los retos de una humanidad que no quiere renunciar a la libertad, el bienestar y la ciudadanía.

El humanismo tecnológic­o puede ser el vector que cohesione el sistema digital y cultural

El Mediterrán­eo es un área milenaria de mestizaje y diversidad, paradigma

de la globalizac­ión

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