Temporada Shakespeare
La Royal Shakespeare Company y un ‘Macbeth’ sardo abren Temporada Alta
Un vals abrió anoche oficialmente la 28.ª edición del festival Temporada Alta, que este año lo ha apostado todo a Shakespeare para efectuar el disparo de salida. El vals, poblado de trajes elegantes y condecorados y rutilantes uniformes militares, y bajo un águila imperial de doble cara, era el arranque de Mesura per mesura, un clásico sobre la justicia, el horror del poder absoluto y la necesidad de perdón a cargo nada menos que de un grupo de actores mítico: la Royal Shakespeare Company. Mesura per mesura tenía lugar en el Teatre Municipal de Girona y a la misma hora a no mucha distancia, en el Teatre de Salt, se presentaba Macbettu, una versión extremadamente física del Macbeth de Shakespeare a cargo del italiano Alessandro Serra. Una versión protagonizada sólo por hombres, incluida Lady Macbeth, y... en sardo. Un montaje que está triunfando por toda Europa.
Sin duda la mayor expectación la levantaba la Royal Shakespeare Company, un grupo muy difícil de ver en gira. A Temporada Alta había asistido hace años su compañía juvenil, pero anoche fue por fin el turno de la sénior. Y ofreció un Shakespeare irreprochable, canónico, que sólo se permitió el lujo de cambiar el tiempo histórico en el que transcurre la obra: el director, Gregory Doran, ha mantenido la ciudad en la que ambientó el autor inglés su creación, Viena, pero ha elegido la Viena de muchos siglos después, la previa a la Primera Guerra Mundial, aún con emperador pero también con grandes nombres que marcarían el siglo XX: desde Sigmund Freud a los pintores Gustav Klimt y Egon Schiele.
Una Viena turbulenta, en la que la sociedad podía explotar y que cambiaría de forma radical de inmediato. Una ciudad en la que se iban a derribar muchos barrios obreros para edificar la peculiar estructura de anillos de la ciudad, factores que encajan para Doran con la obra de Shakespeare en la que el duque, con poderes absolutos, abandona misteriosamente su cargo para retirarse del mundanal ruido por un tiempo y cede su poder a un hombre, Angelo, que revive las leyes más severas y olvidadas desde hace años y quiere destruir todos los burdeles en medio de un baile de continuos arrestos y de humillaciones públicas de los detenidos.
El montaje, sobrio y despojado, en el que se permiten como fondo algunas proyecciones pictóricas de la época y algunas fotos de los barrios condenados a principios del siglo XX, y en el que se intercalan algunas suaves y hermosas canciones –la música tiene la virtud de hacer del mal un bien, señala el texto–, pone sobre la mesa temas que inevitablemente siguen resonando. Sobre todo, los peligros absolutos del poder absoluto. Las decisiones motivadas sólo por el propio interés o la lascivia del que es a la vez el juez y la justicia. Pero también habla de las paradojas del binomio corrupción/pureza (“hay quien asciende gracias al pecado y quien cae debido a la virtud”, “la tentación más peligrosa es la que incita a pecar por amor a la virtud”) y denuncia los excesos rigoristas puritanos... aplicados por gente que tiene las mismas pasiones: algunos de los jueces de la obra parecen salidos directamente de la Inglaterra victoriana. O de la de Cromwell. Y el mensaje que destila la obra siempre es el de la necesidad de perdón y de entender mejor la fragilidad humana.
La Royal Shakespeare Company se mostró especialmente brillante al pintar los claroscuros, entre el humor más irónico y divertido y la seriedad más extrema, de esta obra que, al fin y al cabo, es supuestamente una comedia, aunque oscura. Como en otras obras del autor de Hamlet, hay disfraces, cambios de identidad, engaños a oscuras... pero también condenas a muerte. Y es que el re