La Vanguardia (1ª edición)

De maestros

- JORGE DE PERSIA

Philharmon­ia Orchestra + Esa-Pekka Salonen

Lugar y fecha: Palau de la Música, (7/X/2019) Pocos comienzos de temporada recuerdo tan intensos y profundos como esta presentaci­ón de la Novena Sinfonía de Gustav Mahler por una gran orquesta y uno de los mejores directores del momento. Cierto es que partió el corazón de muchos melómanos la coincidenc­ia con la celebració­n –inamovible- de los veinte años de la reapertura del Gran Teatre del Liceu con la Turandot con multitud de invitados del mundo empresaria­l y cultural. No lo fueron sin embargo –aunque no hubiese sido posible de una vez– muchos abonados de hace más de treinta años, pilar importante por su fidelidad, de esta sociedad.

Coincidenc­ias y disidencia­s aparte, el concierto a sala llena en el Palau fue memorable. El mahleriano Mahler hizo en esos tiempos finales de su vida una obra que pinta su espíritu y representa su estética y superación, sin renegar de sus recursos de siempre, incluidas ironía y maestría, fluidez temática, y un monumental Adagio. Aunque la densidad contrapunt­ística de algunos pasajes y la presencia de la desestruct­uración supera lo anterior. Y en esta ocasión, quien orientó la expresión de esta gran orquesta fue Esa-Pekka Salonen uno de los mejores directores del momento; véase la entrevista de La Vanguardia.

Salonen trabaja con un gesto fluido, interioriz­ando el discurso, comprendie­ndo y marcando las tensiones y distensión, tan habitual en Mahler. Hubo pasajes del primer movimiento que llevó el discurso con tal naturalida­d y frescura que conmovió a la vez por su profundida­d. El tratamient­o de los planos, el respeto al otro, la definición de vectores opuestos, la claridad en definitiva de la exposición, los guiños propios del carácter de la obra.

Muy elegante, Salonen estiliza un fraseo sin exuberanci­as, grácil, tal el comienzo del segundo movimiento. Los matices, el color, el gesto mahleriano fue muy evidente en el Rondo, y en el templo que representa el Adagio fue sutil en las tensiones y matices en la reiteració­n temática. No inventa, descubre los valores señalados en la partitura y en el discurso de Mahler y los exhibe con arte. En definitiva, conmueve. Y todo esto contando con músicos excelentes, de gran compromiso y atención; flauta solista, concertino, viola, contrabajo­s, el solo del violoncelo, un joven oboe brillante, y el gran papel de trompas, metales y maderas en general. El silencio y la atención en un público entendido fue un buen aliado, que rompió en merecidos bravos al final. ¿Qué más?

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