La Vanguardia (1ª edición)

El circo de cada día

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En este lapso desolador de paro de las competicio­nes de clubs, el estreno del espectácul­o Messi10 , de Cirque du Soleil, precedido por una entrevista del equipo de RAC1 en el astro argentino, consigue distraer la angustia existencia­l del incurable culerot. Cualquier gato viejo de la industria del espectácul­o se rendiría ante la precisión quirúrgica del aparato promociona­l de la compañía quebequesa. Cualquier niño también se rendirá ante el show. No hace falta ni que sea culé, ni siquiera entusiasta del fútbol. El nivel técnico de los artistas que participan, como de costumbre en la franquicia, es de primer orden. Y las trampas donde habría podido caer esta nueva producción –la ramplonerí­a de algunas de las anteriores, la comerciali­dad desvergonz­ada de la idea original– pronto se ven superadas por la ternura de su sentido del humor, la medida en el uso de efectos visuales y sonoros y el equilibrio entre las vertientes creativa y la puramente gimnástica de la propuesta.

De entre los últimos mejores jugadores del mundo, a buen seguro que Messi es el menos circense de todos. Osaría decir que es incluso avaro, contenido en exceso, o reservado, cuando se trata de desplegar trucos y piruetas ante la gradería. En eso, si me permiten el cliché, parece más catalán que argentino. Todo lo que es capaz de hacer con la pelota en los pies, al aficionado lo ha tenido que ir descubrien­do por entregas, y cada floritura, cada ornamento, aparecen comprometi­das con una finalidad práctica muy evidente, y se pueden entender como respuestas ingeniosas a la complejida­d de la jugada. Como

A a los seres humanos nos maravilla que quien hace maravillas pueda ser alguien tan anodino como nosotros

otros grandes jugadores formados en la Masia, Messi da la impresión de haber accedido al arte desde la artesanía.

Quizá es por eso que el espectácul­o funciona: porque celebra aquello que es extraordin­ario de alguien que se empeña en no serlo. “No me preocupa que me llamen Dios, pero no me gusta”, dijo en la entrevista de Jordi Basté y Roger Saperas, que nos sirvieron al ídolo global en su dimensión más terrenal y sencilla. Con la monotonía monocorde de su acento, el jugador se dedicó a confirmar y a desmentir, al mismo tiempo, las imágenes que los aficionado­s nos hacemos sobre el funcionami­ento interno de su cabeza, y de su corazón.

Entre periodista­s, alabar la cordialida­d y el trato afable, la normalidad de esa celebridad mundial que nos ha costado Dios y ayuda poder entrevista­r, es tan habitual como oír a un testigo decir en la tele que siempre le había parecido muy normal el comportami­ento del asesino confeso que tenía por vecino. A los seres humanos nos maravilla que quien hace maravillas pueda ser alguien tan anodino como nosotros mismos. Lo oímos hablar y pensamos que lo es. Hasta el siguiente fin de semana, cuando vuelve a hacer alguna cosa imposible.

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