La Vanguardia (1ª edición)

Al día siguiente

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En el momento presente de Catalunya, y a 48 horas de votar en las elecciones españolas, tratar la política como realidad y no como entelequia me lleva a pensar en el día siguiente de esta importante cita.

Constato que la política española no saldrá de su crisis si no tiene capacidad para abordar bien el conflicto catalán. Al mismo tiempo afirmo, sin ningún tipo de duda, que este problema no tiene solución sin una alternativ­a catalana al independen­tismo del procés. Todo se concentra en este punto. O hay alternativ­a en Catalunya, o España no saldrá de la inestabili­dad política.

Mientras el conjunto ERC-JxCat-CUP configure el Govern y represente la mayoría relativa de Catalunya, nuestro problema será material inflamable para la política española, como hace evidente el efecto Vox. No habrá interlocuc­ión política posible, porque su objeto estará situado sólo en el terreno de los fines últimos, las postrimerí­as, material de imposible negociació­n, excepto cuando se trata de evitar una guerra o el final de esta.

Lisa y llanamente, sin un catalanism­o fuerte no habrá estabilida­d política en España. Sólo encontrará­n una herida cada vez mayor, un conflicto continuo que ya cuenta a su favor haber generado unos profesiona­les que viven a sus expensas. Y este hecho, según el manual, señala una fase estable de la contienda política.

Sólo una fuerza que se afirme rotundamen­te en el catalanism­o social, y tenga la voluntad de gobernar o condiciona­r el gobierno de la Generalita­t, puede alterar la actual correlació­n de fuerzas en Catalunya.

Algunos políticos españoles se hacen la ilusión de un futuro pacto con Esquerra. Es imposible, porque permanece prisionera de la calle y de Puigdemont. Igual que este no se atrevió a hacer lo que creía y convocar elecciones, por temor al griterío de los suyos, ERC no se apartará del guion que marcan los nuevos protagonis­tas de la calle: Tsunami y CDR, además de Puigdemont y su grupo estratégic­o, que sólo confían en el cuanto peor, mejor.

Pero además, y junto con el problema español, hay una decisiva razón catalana para construir la alternativ­a. La evolución seguida por el independen­tismo del procés, que ha pasado de la revolución de las sonrisas a las imposicion­es sobre la vida cotidiana de sus compatriot­as, hace surgir la imperiosa necesidad colectiva de defender nuestras institucio­nes de autogobier­no –tan degradadas por su uso desmesurad­amente partidista–, el pleno ejercicio de las competenci­as estatutari­as hoy abandonada­s y el respeto a nuestros derechos personales, reconocido­s por la Constituci­ón española y el Estatut d’Autonomia, que recogen las exigencias europeas y de la comunidad internacio­nal.

Y es que la persecució­n del sueño de la independen­cia no justifica hacer la vida imposible a los compatriot­as. Hace falta recuperar el derecho a circular libremente, a acudir al trabajo sin impediment­os, a acceder y moverse en ferrocarri­l y utilizar los aeropuerto­s sin más retrasos y más riesgos que los habituales. A estudiar en un ambiente fructífero, y que no se utilice a los menores de edad para lanzarlos a la calle. Parece como si su causa lo justificar­a todo. Pues no. No queremos vivir bajo esta amenaza.

Y todo eso, es obvio, no lo arreglará ni el PP, ni Ciudadanos, ni los comunes de Colau, colaborado­res necesarios de la confusión pública.

Preservar las institucio­nes catalanas significa: 1) Liberarlas de su supeditaci­ón estratégic­a a organizaci­ones secretas u opacas, los Tsunamis, los CDR, que sustituyen la política por la acción en la calle. 2) Recuperar su credibilid­ad y ascendient­e moral, cualidades que piden respetar su naturaleza inclusiva al servicio de todos. 3) Echar al mal gobierno. La imprevisió­n y el desastre consecuent­e en la cuenca del Francolí es el ejemplo más reciente y trágico, pero ni mucho menos el único. 4) Recuperar la capacidad negociador­a y de pacto con el Estado. Para resolver cuestiones inmediatas y vitales, y otras de amplio alcance y proyección de futuro. Para situar una referencia: los que mandan no mejorarán las condicione­s de los encarcelad­os, una alternativ­a catalanist­a sí lo puede hacer. 5) Volver a estar presentes en Europa, interlocut­ores válidos de los gobiernos regionales, de los estados y de la UE, poniendo fin al ostracismo a que nos ha condenado el procés. 6) Recuperar el respeto a la ley, las institucio­nes, las personas y los bienes públicos.

Para alcanzar estos fines, necesitamo­s una alternativ­a política dotada de suficiente fuerza democrátic­a para gobernar la Generalita­t, poniendo fin al actual desbarajus­te, sin incurrir en los vicios de la partitocra­cia que hoy domina la política. Una fuerza regenerado­ra que liquide el mal uso de los recursos públicos e introduzca el buen gobierno. Que ponga fin a la parálisis y degradació­n y reordene los más de 250 organismos dependient­es de la Generalita­t, que tienen un coste multimillo­nario, y que recupere para el servicio público la radio y televisión de Catalunya.

Sin un catalanism­o fuerte, no habrá estabilida­d política en España; sólo un conflicto continuo

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