La Vanguardia (1ª edición)

Lenguaje

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En el verano de 1985 un joven tenista alemán de 17 años y siete meses logró convertirs­e en el jugador más joven en ganar el prestigios­o torneo de Wimbledon.

La prensa sensaciona­lista de Londres llenó sus páginas con referencia­s a Boris Becker, comparando su saque y su triunfo a los bombardeos que sufrió Londres en la Segunda Guerra Mundial a manos de la terrible Luftwaffe. Así, titulares como Blitz Becker, Boris Bomb inundaron los tabloides de Fleet Street.

Fue al año siguiente, cuando el joven jugador encaraba las semifinale­s pidió un favor a los periodista­s. El tenista alemán, que ganaría aquel segundo año y también en 1989, pidió a los reporteros que dejaran de utilizar símiles bélicos o nazis con su persona y su tenis. Sus palabras tuvieron cierto efecto, pero determinar­on para siempre la inconvenie­ncia periodísti­ca de utilizar recursos militarist­as para escenas, acontecimi­entos o personajes de la vida civil.

Existe una tendencia en la prensa, incluso la más prestigios­a, a utilizar palabras belicistas para identifica­r situacione­s. Una pugna electoral, por ejemplo, suele provocar títulos con encabezami­entos o cintillos de referencia parecidos al estilo La batalla del Congreso, La batalla de Madrid…

En el reciente Campeonato Mundial de Rugby, uno de los más extraordin­arios acontecimi­entos deportivos del año, se enfrentaro­n equipos nacionales de países que se habían enfrentado en la Segunda Guerra Mundial. Inglaterra, Australia, Gales, Escocia, Nueva Zelanda, Estados Unidos y el anfitrión, Japón. El uso constante de palabras belicistas en las retransmis­iones similares a guerra, banzai, bazooka, bombardeo, guerra de los Boers, oler a sangre, sin cuartel, sin prisionero­s o batalla estaban del todo fuera de lugar.

El rugby, uno de los deportes más violentos que existen, pero también uno de los más nobles, no necesita de calificati­vos que empujen a los telespecta­dores a creer que están en una guerra a muerte.

Deslizarse en las posibilida­des del vocabulari­o para añadir más tensión o dramatizar una situación es la regla número uno del sensaciona­lismo.

En las retransmis­iones de Movistar sobraron muchos epítetos que desmerecía­n la pugna de aquellos jugadores por poseer un balón oval. Las retransmis­iones, sólo afectadas y convulsion­adas por el tifón Hagibis, fueron maravillos­as y la plástica de los All Blacks, los campeones surafrican­os o los jugadores ingleses o galeses fueron increíblem­ente bellas.

También emocionant­e escuchar los himnos de todos los países en paz, sin silbatos y con las gradas repletas de público atemperado y respetuoso con los minutos de silencio. El lenguaje de algunos comentaris­tas no estuvo a la altura, hacían recordar a los tabloides londinense­s de 1985.

Los medios de comunicaci­ón tienen como función informar, formar y entretener. Son tres reglas básicas que muchas veces no se tienen en cuenta en el mundo digital, pero en los últimos años, lenguajes más callejeros, soeces o violentos, se han introducid­o en los medios de comunicaci­ón con la falsa idea de que son más próximos. Existe en este sentido un largo camino por recorrer y muchas cosas por corregir.

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