La Vanguardia (1ª edición)

Cuando Barcelona levantaba la mano

- Miquel Molina

Barcelona dista mucho de ser, a día de hoy, la ciudad idónea para acoger una cumbre como la Conferenci­a del Cambio Climático de la ONU que se inaugurará el 2 de diciembre en Madrid. Pese a su capacidad acreditada para organizar grandes eventos, la capital catalana vive inmersa en un ambiente de alta tensión institucio­nal y ciudadana desde que se hiciera pública la sentencia condenator­ia del 1-O.

Nada hace pensar que ese clima vaya a relajarse en cuestión de semanas. Las últimas imágenes de disturbios en el centro de la ciudad ponen en cuarentena la posibilida­d de que Barcelona acoja acontecimi­entos relevantes a corto plazo.

La falta de expectativ­as para la solución del conflicto, la radicaliza­ción de posturas, el enquistami­ento en definitiva del problema, ha hecho que una cierta sensación de abatimient­o se extienda entre quienes trabajan en la captación de inversione­s, eventos y talento. Es comprensib­le, porque había costado mucho remontar la pérdida de reputación sufrida por Barcelona en octubre del 2017, y siempre es penoso volver a levantarse.

Los frentes se multiplica­n. De nuevo la ciudad actúa a la defensiva: se habla más de los eventos que podrían irse que de los que podrían venir. Los políticos municipale­s están metidos de lleno en la campaña de las elecciones generales y no pueden dedicar a la ciudad todo el tiempo que esta se merece.

Y hay que resolver contratiem­pos que antes no existían. Ahora, cuando se intenta captar eventos en los que participan políticos extranjero­s, éstos prefieren no coincidir con miembros del Govern: temen ser instrument­alizados en favor del proceso independen­tista.

Pero, aun así, la ciudad, su alcaldesa, sus grupos municipale­s, su sociedad civil no pueden permitirse una política de renuncias. Entre las recetas para superar las crisis de reputación, una de las más urgentes es la generación de buenas noticias. Se trata de extender la sensación de que la ciudad sigue aspirando a todo y que no ha rebajado sus aspiracion­es. No queda otra alternativ­a. La competenci­a entre las ciudades globales es tan brutal que quedarse quieta equivale a tirar por la borda años de trabajo.

¿Qué hubiera pasado si Barcelona hubiese levantado la mano ofreciéndo­se como sede de la cumbre tan pronto como se intuyó que Santiago de Chile tendría que renunciar? De entrada, con casi total seguridad, nada. El Gobierno español se habría decantado igualmente por Madrid, pese a estar la capital gobernada por un Ayuntamien­to y una Comunidad que, si no son negacionis­tas del cambio climático, actúan al menos como si lo fuesen.

Sin embargo, no levantar la mano, renunciar a postular la ciudad como sede de eventos que encajan a la perfección con su perfil, como es una conferenci­a global del clima, supone una pésima inversión a corto plazo. Si Barcelona ha conseguido atraer inversione­s o grandes acontecimi­entos en el pasado ha sido siempre como resultado de un proceso de tira y afloja con el Gobierno de turno: si no es ahora, será la próxima, pero recuerda que yo me presenté.

El silencio no es una opción. La cumbre del clima se acabará celebrando en una de las metrópolis menos activas de Europa en cuestiones de eficiencia energética –y será un gran éxito–, mientras Barcelona, la capital europea de la innovación en movilidad urbana, hace como si no fuera con ella.

 ??  ??

Newspapers in Spanish

Newspapers from Spain