El quid catalán
Sánchez se juega las elecciones en Catalunya con el Gobierno presentando recursos en el TC Vox lastra las campañas de PP y Cs hasta el final por sus iniciativas contra el independentismo La estrategia de ERC sufre ante una radicalización del debate que
“Le puedo garantizar que todo lo que se está viviendo estaba previsto”. La contundencia con la que se manifestaba ayer el candidato del PSOE y presidente en funciones sobre la crisis catalana en una entrevista en El País chocaba con los errores reconocidos en su campaña electoral a cuenta de la pugna con el independentismo. No ha sido el único candidato que ha visto su estrategia de campaña sucumbir ante este conflicto, pero los nervios en el cuartel general socialista son mayores porque se juegan la Moncloa en lo que pensaron sería un plebiscito que encumbrara a Sánchez frente a la derecha y enterrara a Podemos.
La crisis catalana es de largo recorrido. Comenzó siendo la clave de la campaña y, por tanto, la campaña acaba en Catalunya. Por primera vez el PSOE bajó el telón electoral en Barcelona, al igual que Albert Rivera, que no había pasado por la capital catalana en esta campaña exprés. Pablo Casado fichó el miércoles, como Pablo Iglesias. Pero Santiago Abascal ya había fijado el rumbo. El líder de Vox arrancó en l’Hospitalet y ha impuesto su retórica ultra antiindependentista en los partidos de la derecha. Hasta que saltaron las alarmas. Tarde y mal. Es la ultraderecha quien ha sacado rendimiento de la crisis catalana durante toda la semana.
Sánchez llegó anoche al pabellón textil de la Fira de Barcelona cuando el mitin del PSC llevaba una hora y media en marcha, pero su presencia tenía el valor de ser la primera vez que un presidente del Gobierno cerraba la campaña en Barcelona. Sánchez presentó a los socialistas como los únicos capaces de vencer a la ultraderecha y al independentismo, de “frenar a los franquistas y garantizar un gobierno progresista” y, de paso, contribuir a la concordia entre catalanes”.
La oferta electoral es “convivencia”, “orden democrático” y “soluciones”, mientras el Gobierno en funciones sigue en su particular laberinto. En el último mes, el Consejo de Ministros ha presentado una decena de incidentes de ejecución de sentencia ante el Tribunal Constitucional contra el Parlament. Ayer dos más por la tramitación de una moción de la CUP que propone desplegar el ejercicio del derecho de autodeterminación y que ni siquiera se ha votado. Por el contrario, el Ejecutivo se limita por ahora a “estudiar” qué hacer con la iniciativa aprobada en la Asamblea de Madrid con los votos de PP, Cs y Vox que insta al Gobierno a ilegalizar a los partidos independentistas. Las suspensiones de iniciativas parlamentarias se acumulan en Catalunya, como los requerimientos del TC a la Mesa del Parlament y el Govern, pero no dejan de ser un automatismo y el tribunal sigue sin pronunciarse sobre el fondo.
Tampoco los procedimientos de extradición de Carles Puigdemont y los exconsellers son tan plácidos como desearía el magistrado Pablo Llarena en el Tribunal Supremo, que espera una decisión de Bruselas y ayer volvió a enviar información al Reino Unido. Y las intervenciones de Sánchez, la vicepresidenta Calvo y Grande-Marlaska garantizando el retorno de Puigdemont “más pronto que tarde” buscan un aplauso que no se corresponde con el procedimiento internacional. Además de socavar el trabajo de la Fiscalía.
En las filas de Podemos y los comunes se habla de la “subcontratación” de la política a los tribunales, y Pablo Iglesias defiende una mesa de diálogo para Catalunya para alcanzar una propuesta que sea sometida a votación. Son los únicos que no han sucumbido a la estrategia de Vox sobre Catalunya en la batalla estatal. Pablo Casado arrancó octubre moderando su discurso hacia Catalunya, pero en la recta final de campaña se ha visto obligado a reajustar su discurso al comprobar que era Vox quien capitalizaba en la derecha la reacción a la sentencia del 1-O. La votación del jueves junto a la ultraderecha en la Asamblea de
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