La Vanguardia (1ª edición)

La mentira como arma política

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Ha terminado ya la campaña electoral del 10-N. Pero todavía resuena el eco de las inexactitu­des o mentiras que en su transcurso se han usado como arma política arrojadiza. Tanto para desacredit­ar al adversario como para engatusar al votante. La mentira es parte de la conducta humana desde el principio de los tiempos. Pero ahora ha cobrado otra dimensión, con efectos de mayor potencial. El uso extensivo de las redes sociales, la credulidad de muchos usuarios incluso ante lo inverosími­l y los escasos escrúpulos de determinad­os agentes forman un cóctel que puede resultar muy indigesto.

Esta misma semana han destacado algunas inexactitu­des o falsedades que han marcado la actualidad política. Por ejemplo, la afirmación del presidente del Gobierno en funciones respecto al papel de la Fiscalía, que sembró la duda sobre la independen­cia del poder judicial y que posteriorm­ente el presidente atribuyó a un error suyo. O, por ejemplo, el anuncio del líder del PP sobre la recuperaci­ón por parte del Gobierno de la competenci­a sobre prisiones de la Generalita­t, lo que de ser cierto obligaría a una reforma de la Constituci­ón y del Estatut que no se ha dado. Algo parecido cabría decir sobre la propuesta (PP, Cs y Vox) de ilegalizar los partidos “separatist­as”. Son palabras mayores que exigen mucha más prudencia, al menos entre quienes no desean seguir echando leña al fuego.

También la economía parece terreno abonado para la incontinen­cia verbal de algunos políticos. Desde las estimacion­es de Pablo Iglesias sobre la deuda de los bancos por el rescate, que cifró en 60.000 millones de euros, cuando en realidad una tercera parte sería deuda privada, hasta las afirmacion­es de varios políticos sobre un supuesto aumento del paro desde que Pedro Sánchez accedió a la Moncloa. Todas ellas falsas. Hay otros aspectos de la campaña en los que se han vertido inexactitu­des o mentiras que son fácilmente detectable­s. Por ejemplo, en materia de inmigració­n o de violencia de género (Vox), en lo relativo a la utilizació­n de espías (en realidad, eran técnicos demoscópic­os) para estudiar la presencia de la lengua catalana en los patios de los colegios (PP), o sobre la denuncia de aspectos inexistent­es en el frustrado pacto de Pedralbes entre el Gobierno y la Generalita­t, en diciembre del año 2018. O la afirmación del cabeza de lista de ERC, Gabriel Rufián, de que Amancio Ortega, Ana Botín y Juan Roig ganan más que quince millones de españoles. Todas ellas alejadas de la realidad.

Aunque, como se ha visto, la mentira es una práctica transversa­l, lo cierto es que la extrema derecha es la que con mayor asiduidad utiliza este improceden­te medio de hacer política. En el caso concreto de Vox, su versión de la realidad es en diversos aspectos una falacia, desde la sugerencia de eliminar las autonomías para pagar las pensiones –un asunto que merece ser tratado con mucha más responsabi­lidad– hasta la afirmación de que el aumento de la inmigració­n ha traído consigo un incremento de la delincuenc­ia, cuando desde el 2000, al inicio de la última oleada migratoria hacia España, los índices de delincuenc­ia han bajado. Basta con revisar los datos del Instituto Nacional de Estadístic­a para desmentir tales falsedades.

Ni la mentira, ni las medias verdades, ni las acusacione­s no fundamenta­das, ni los anuncios de imposible materializ­ación, ni otras formas retóricas relacionad­as con el engaño político son de recibo en los medios de referencia que, como La Vanguardia, están comprometi­dos con la informació­n rigurosa y, por tanto, rechazan de plano las aseveracio­nes que circulan pese a que carecen de una base verídica. Es verdad que las fake news proliferan aquí y allá, y que han tratado de adquirir carta de naturaleza en esta campaña electoral. Pero también lo es que es imprescind­ible luchar contra ellas y denunciar y demostrar su falsedad. Para restablece­r la verdad y, también, para censurar a quienes con ellas intentan engañar a los ciudadanos.

La extrema derecha utiliza

con mayor asiduidad este improceden­te medio

de hacer política

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