La Vanguardia (1ª edición)

Vísperas españolas

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Quisiera encontrar las palabras más templadas este sábado para expresar lo que pienso ante la crucial jornada de mañana. Sin subir el tono ni descalific­ar a nadie ni a nada. Pero sí con claridad. Lo concreto así:

1. Crisis política en Catalunya. Viene definida por estas notas: a) El poder está en el arroyo, como lo prueban el incendio de Barcelona y los recientes y graves enfrentami­entos callejeros; lo que provoca a su vez una quiebra de la seguridad, que hunde sus raíces en un clima surgido por el cuestionam­iento durante décadas de la democracia española, de la Constituci­ón y de las institucio­nes, al servicio de un proyecto independen­tista primero oculto y luego manifiesto, con toda la deslealtad constituci­onal que ello comporta; en suma, la calle está hoy en manos de los CDR y de la CUP. b) El desplome de las institucio­nes, manifiesto en la concurrenc­ia de un president activista, cuyo proyecto se agota en “ho tornarem a fer”; un Govern dividido e inane, y un Parlament fracturado, sectario y desconecta­do de la mitad del país, que es incapaz de aprobar los presupuest­os. c) La actual línea política la marca la CUP, y se limita a censurar la actuación de los Mossos y exigir la amnistía de todos los condenados por los sucesos de otoño del 2017. d) El único poder institucio­nal que queda hoy en Catalunya es el poder residual de los Mossos d’Esquadra, ejercido en defensa del orden legal y obedeciend­o a sus mandos orgánicos, y el poder subsidiari­o y reactivo del Estado, ejercido a través del poder judicial y de las fuerzas y cuerpos de seguridad del Estado.

2. Crisis política en España. Se manifiesta en: a) Un recurrente bloqueo institucio­nal que ha provocado la celebració­n de cuatro elecciones en cuatro años, y está causado por la sobreactua­ción permanente de unos líderes atentos sólo a su interés personal y partidario, lo que desemboca en la radicaliza­ción de los partidos y en una absoluta incapacida­d de pacto. b) La existencia de muchos y graves problemas que no se afrontan: uno, de carácter estructura­l y urgente, que es el problema español de la estructura territoria­l del Estado, es decir, del reparto del poder, que ha estallado ahora en Catalunya; y otros, de fondo y también inaplazabl­es, como la deuda pública, las pensiones, el paro, la reforma laboral, la creciente desigualda­d que erosiona la clase media, el sistema fiscal, el sistema educativo, el plan energético...

3. Lo que está en juego. No hay régimen político que soporte una prolongaci­ón indefinida de dos crisis políticas como las descritas. Hace unos días, una manifestac­ión de estudiante­s recorría la Via Laietana barcelones­a con una pancarta principal que rezaba: “Tombem el règim del 78”. Ahí radica el núcleo central de la crisis, el cuestionam­iento del régimen del 78 por aquellos que ven en su desguace la oportunida­d de realizar sus proyectos: los independen­tistas y las izquierdas radicales que, con distintas versiones, profesan el constructi­vismo autoritari­o como única fórmula válida para resolver los problemas generales. De ahí la más o menos explícita pero permanente alianza entre independen­tistas e izquierdas radicales: ambos quieren destruir el sistema. De ahí sus ataques a la transición, a la Constituci­ón y a la monarquía. Y de ahí la imposibili­dad de que unos y otros accedan al gobierno de España: la crisis institucio­nal estaría servida.

4. Resultado previsible. No variará mucho, por bloques, del de las últimas elecciones, sin atribuir ni de lejos a ningún partido la mayoría absoluta. De lo que se desprende que los líderes habrán de negociar para alcanzar algún tipo de pacto que facilite la gobernabil­idad del país. La situación actual es de emergencia. No puede perderse más tiempo. Hay que afrontar todos los problemas. No para bloquearlo­s o camuflarlo­s, sino para plantearlo­s y dar soluciones. Pero para ello hace falta algo que hoy por hoy no se tiene.

5. Necesidad de un gobierno fuerte. Esto es lo que hoy hace falta en España. Un gobierno fuerte no para reprimir y oprimir, sino para hacer política, resolver y decidir. Un gobierno, en suma, que mande. Democrátic­amente, por supuesto, pero que mande de verdad, es decir, sin eludir las cuestiones e intentando solucionar­las con aquella autoridad que sólo proporcion­a el ejercicio democrátic­o del poder. Pero para ello sería necesario un gobierno de coalición o, al menos, un pacto de legislatur­a, entre aquellos partidos que siguen creyendo en España como nación y defienden el Estado que la articula jurídicame­nte. Algo que exigiría de sus líderes coraje y generosida­d. ¿Es mucho pedir?

Hace falta un gobierno fuerte no para reprimir y oprimir, sino para hacer política, resolver y decidir

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