El caso de éxito del deporte noruego
Noruega es un país de 5 millones de habitantes, pero que en los últimos juegos olímpicos de invierno de Pyeongchang –celebrados el año pasado– obtuvo 39 medallas, y superó a potencias como Estados Unidos o China, países mucho más poblados. Precisamente, la clave del éxito noruego es hacer los contrario de lo que hacen en Estados Unidos, donde los niños compiten, en el sentido más duro de la palabra, desde muy pequeños, entrenándose como auténticos profesionales al máximo nivel posible. En Noruega, al contrario, no tratan de profesionalizar el deporte infantil, y existe una legislación que establece cómo debe ser la práctica deportiva de los más jóvenes, para que esta se desarrolle en un ambiente lo menos hostil posible: tiene que tener un precio razonable para que todos los puedan practicar –seis meses de esquí cuestan menos de 60 euros–, y tiene que ser inclusiva. Además, hasta que los niños no tienen 12 años no hay resultados ni clasificaciones. No hay ganadores ni perdedores, para que los niños sigan siendo niños y no se rompan ni emocional ni físicamente. En el país escandinavo entienden que si la parte divertida del deporte no es la esencial, los niños abandonarán, y nunca se sabe dónde puede estar el siguiente campeón.
Sólo cuando los jóvenes están emocionalmente preparados para hacer del deporte un objetivo en su vida, y así lo deciden libremente, pasan a centros de alto rendimiento y perfeccionamiento deportivo, en los que sí que la exigencia es máxima.
Por último, todo el programa deportivo noruego se financia gracias a las apuestas deportivas. De cada apuesta que se hace en Noruega, un 64% se dedica a financiar clubs y programas deportivos.