La Vanguardia (1ª edición)

Reflexiona­ndo en Jerez

- Arturo San Agustín

Francisca Méndez, conocida como la Paquera de Jerez, fue reina de la bulería y pedía “pinicilina” al boticario para sanar de un desengaño amoroso. “Boticario, boticario, mándame pinicilina”. Escribo esta columna en Jerez horas antes de regresar a Barcelona para votar porque esta tierra de vinos y brandis me ha permitido reflexiona­r a fondo. Los extensos viñedos que se divisan desde la finca El Majuelo, antigua residencia estival de los Domecq, logran que me olvide de ciertos estudiante­s cuyos padres y madres han convertido Barcelona en un parvulario. A mi lado, Juan Cortés y Ángel Piña, directivos del grupo Emperador Spain, actual propietari­o de las bodegas Fundador, me aseguran que la compra de las mismas se hizo con el corazón. Y el enólogo Antonio Florido asiente con la cabeza.

Vino, brandy, caballos, olores de botas envinadas, poetas y flamenco. Porque a mí las motos y los coches no me interesan. Transitar por la espectacul­ar bodega La Mezquita, que almacena todo un histórico y valioso soleraje, es un paseo fascinante. Botas de vino, columnas, arcos de herradura y un grato universo de intensos pero elegantes olores que te obligan a pensar en esos poetas que, como el persa Omar Khayyâm, cantaron al vino. Qué bien huele una bodega. Sobre todo si te la cuenta con su dulce andaluz jerezano una mujer como María Eugenia Herrera. O como Adriana Domecq,

Transitar por la bodega La Mezquita, que almacena un histórico y valioso soleraje, es un paseo fascinante

en cuyo perfil se adivina una dinastía.

En Jerez la noche es propicia para hablar de flamenco. Porque también aquí nació el cantaor don Antonio Chacón que vivió los años más literarios y negros de ese arte. Años en los que mataron de una puñalada al cantaor Juan de la Cruz, conocido como el Canario. Lo mataron en el sevillano puente de Triana cuando salía del Café del Burrero. Cuentan que lo mató el padre de la cantaora la Rubia de Málaga. O que pagó a dos sicarios para ese sangriento menester.

Conversar sin prisas con Ángel Piña teniendo una copa de brandy Fundador Supremo en la mano obliga a recordar el consejo que cierto alcalde francés le dio a Eduardo VII cuando era príncipe de Gales. Eduardo bebió de un trago el contenido de la copa y el alcalde, estupefact­o, le dijo: “Alteza, una obra como esta se huele, se escalfa con la mano, se mira al trasluz y luego, luego se habla de ella”. Mientras permanecem­os sentados en lo que fue el claustro del convento del Espíritu Santo, morada de monjas dominicas, yo vuelvo a pensar en don Antonio Chacón. Como verdadero artista no le gustaba grabar discos. “Al carajo con las grabacione­s”. Eso decía. Y su forma de entender la vida la expresaba así poco antes de morir: “Cuando no canto, no como. Yo he vivido muy ligero y muy bien”. Uno de sus valedores fue el también cantaor y empresario Silverio Franconett­i. Por eso siempre que en su presencia se hablaba de él, don Antonio se levantaba de la silla y muy ceremonios­o se quitaba el sombrero.

“En el café de Chinitas/ cantó una copla Chacón/ y le contestó Juan Breva/: cantas tú mejor que yo/ esa malagueña nueva”.

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