La Vanguardia (1ª edición)

BENOIT VANDEN HAUTE

Este belga de 36 años lleva siete meses pedaleando por el Viejo Continente ayudado por dos paneles solares que le acompañan

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donde casi sufre un accidente tras romper una rueda trasera, un joven le llevó en su coche hasta una tienda para comprar una nueva: “Arreglé la bici en su casa y me invitó a una cerveza”, rememora.

Su medio de locomoción no pasa desapercib­ido. “En Polonia, entraba en cualquier supermerca­do y a la salida había gente frente a la bicicleta. Me hacían preguntas, me invitaban a montar la tienda de campaña [lugar donde pernocta habitualme­nte] en su jardín. Me daban de cenar, de almorzar al día siguiente”. Incluso hay personas que le han querido dar dinero para comida, ofrecimien­to que ha rechazado educadamen­te.

Benoit financia su viaje gracias a lo que le renta el alquiler de su apartament­o de De Haan-Wenduine. “Hacer kilómetros no me cuesta nada de dinero”, asegura sonriente mientras añade que no tiene necesidad de llenar el depósito “con carburante”. Su único gasto mensual, además de la comida (para beber recoge agua de lluvia y se sirve de las fuentes), se reduce a la cuota de su teléfono móvil, con el que se mantiene en contacto con los suyos y actualiza su blog, sunbiker, donde relata algunas de sus experienci­as.

Cuando el tiempo es muy adverso, busca alojamient­o a través del servicio que ofrece Couchsurfi­ng (plataforma con la que uno se puede alojar en cualquier parte del mundo de manera gratuita: la finalidad es el intercambi­o cultural). Explica que él, en su casa, ha acogido mediante este servicio a personas de todas partes del planeta.

Asegura que no ha sentido miedo en ningún momento de su travesía –“Soy una persona tranquila, no me estreso”– y que no huye de nada: “Sólo quería viajar más”.

Hasta ahora, Benoit no sabía lo

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