Supernovas y mujeres que escriben
Siempre hay un momento previo a la noticia, cuando la persona aún no sabe eso que, de algún modo, va a alterar su vida, ni tampoco lo saben quienes la rodean. Por ejemplo, en el guardarropía del restaurante St Rémy, coincidimos aquellos para los que ir al premio Herralde es una tradición. Normalmente el frío llega con él, el primer lunes de noviembre. Toni Hill, Pablo Martín Sánchez y Gonzalo Pontón Gijón, recuerdan que el año pasado llovió. Esta vez seguimos a veinte grados. Mientras dejo la cazadora, Anna Caballé deja su chaqueta. Faltan unas diecisiete horas para que le comuniquen que ha ganado el Premio Nacional de Historia por su biografía de Concepción Arenal.
Al entrar, saluda a los anfitriones Jorge Herralde y Lali Gubern, y luego nos iremos encontrando entre los invitados habituales: la condesa de Sert, Marta Sanz, Jordi Soler, Ignacio Martínez de Pisón, Malcolm Otero y Miguel Aguilar, Ella Sher, Txell Torrent, Luis Solano, Javier Pérez Andújar, Juan Antonio Montiel, Gonzalo Torné, Ernesto AyalaDip y un largo etcétera. Con Pau Subirós tengo una conversación infinita que retomamos de edición en edición. Sabino Méndez me cuenta una historia que espero leer pronto. La novedad es Elena Medel, a punto de publicar en Anagrama, según me anuncian sus agentes Anna SolerPont y Maria Cardona. Una editorial cuyas autoras, celebra Isabel Obiols, están en racha de galardones (el Nacional de literatura para Cristina Morales, el Sor Juana Inés de la Cruz para María Gainza, el Nobel de Olga Tokarczuk). Ha faltado el Gongourt para Amélie Nothomb, dice Silvia Sesé.
Cuando recoge el 37 premio Herralde por Nuestra parte de noche, Mariana Enríquez da las gracias y confiesa que, al escribir sobre sus obsesiones y fantasmas, temía que el texto se desparramara. A mí sus fantasmas y obsesiones me flipan desde que leí Las cosas que perdimos en el fuego. También Juan Pablo Villalobos quería más. Tras el jamón, langostinos y croquetas se sirven las minihamburguesas, señal de que ya no habrá más canapés y ha llegado el momento de ir al Giardinetto.
Caballé no sabía mucho de Concepción Arenal hasta que la incorporó en los cuatro volúmenes de La vida escrita por las mujeres. Entonces reparó en que, periodista y pionera del feminismo español en el siglo XIX, tenía una vida interesante que no se había contado como merecía. Así surgió Concepción Arenal, la caminante y su sombra, publicado por Taurus. Ese olvido patriarcal, ese desdén hacia lo mujer por parte de los señores que relatan la historia, es bastante común. Sí, lo mujer, con artículo neutro. De ese modo se refieren Elisa McCausland y Diego Salgado a lo concerniente al género, “para crear una distancia, diseccionarlo y problematizarlo, observarlo como objeto de estudio”, explican en la Gigamesh. Mujeres hay muchas y muy diferentes.
Lo hacen durante la presentación de Supernovas: una historia feminista de la ciencia ficción audiovisual (Errata Naturae), acompañados de Eloi Fernández Porta, que les somete al test de Voight-Kampff para determinar si son humanos o no. La evolución del feminismo suele tratarse como si fuera progresiva, pero los autores detectan dos regresiones: una en los años treinta (en una crisis que consideran inquietantemente similar a la actual), y otra en los noventa. Se detienen en conceptos como “erótica de la excepción”: sería aquella chica aceptada en los círculos masculinos, sujeto capitalizado con un papel ambiguo que supuestamente demuestra la sensibilidad de los chavales al integrarla en el grupo (por ejemplo, la única niña en la película It).
También advierten sobre la “gentrificación de género” que, como la urbanística, pierde su sentido original para convertirse en cáscara vacía. “Todo el mundo quiere estar en lugares de dignificación”, explica McCausland, “pero no porque te digan que un producto es feminista, tiene que serlo”. Mad Max: Fury Road, o la serie El cuento de la criada, tendrían ese envoltorio, ese maquillaje de dignidad; cada fotograma te subraya que estás viendo algo importante. “Sin embargo”, añade Salgado, “Orphan Black o las películas de Resident Evil tienen un componente mucho más feminista, y sin tanta repercusión en este sentido. ¿Por qué? Porque su imagen no puede salir en la portada de un dominical”.
La imagen, como la palabra, nunca es inocente, recuerda la pintora Paula Bonet en la sede de la editorial Comanegra. Escribió el prólogo de Lila: historia gráfica de una lucha, libro en el que María Ángeles Cabré y Toni Galmés repasan y analizan las claves de iconos feministas, sus referentes culturales y los orígenes del arte político, para interpretar las imágenes que nos rodean con una óptica igualitaria y con conciencia de clase. “El feminismo me ha hecho entender mi oficio”, dice Bonet, “la forma puede hacer que el contenido llegue con fuerza y no se pierda por el camino”. Para ello es importante no tomarse como un insulto las críticas o el cuestionamiento de los modelos establecidos, explica Galmés. Es profesor de Historia del Arte, y en el departamento apareció la pintada: “Aquí se enseña machismo”. Un compañero suyo se ofendió; él no. Le hizo reflexionar, porque era una evidencia. Siempre hay un momento previo a todo lo demás.
Ese olvido patriarcal, ese desdén hacia ‘lo’ mujer por parte de los señores que relatan la historia, es bastante común