La Vanguardia (1ª edición)

Sobre la plataforma

Andorra se abre paso: Soldeu tendrá unas nuevas finales de la Copa del Mundo de esquí en el 2023 y aspira al Mundial del 2027

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–No me importaría competir cada año en Andorra. Tiene condicione­s invernales y una climatolog­ía primaveral.

El mensaje era de Marcel Hirscher (30). Y tenía su valor. Hirscher ha ganado ocho Globos de Cristal, el título que le acredita como campeón de la Copa del Mundo. Y lo había dicho en marzo, en una sala del hotel Hermitage de Soldeu, en Andorra.

Aquel día terminaba la Copa del Mundo del 2019.

Y Marcel Hirscher acababa de retirarse de la alta competició­n.

Entre bastidores, los directivos de Soldeu sonreían. Aquel era un magnífico regalo. Hirscher es al esquí lo mismo que Federer al tenis. Un mito.

Y si un mito te bendice... (...)

Entrar en el calendario de la Copa del Mundo de esquí es un arte. Sölden, Lake Louise, Garmisch o Val Gardena, por citar algunas sedes, tienen plaza fija en el calendario. Hay más, no muchas. El resto tiene que buscarse la vida.

Así, año tras año. Andorra, país de nieve, lleva tiempo tratando de asomar la cabeza. Es un viejo anhelo, este de garantizar­se una plaza fija en la Copa del Mundo de esquí.

Hasta ahora, Andorra jugaba en una segunda categoría. Pero Soldeu-Grandvalir­a se va abriendo paso. En octubre, la Federación Internacio­nal de Esquí (FIS) le encargaba las finales de la Copa del Mundo del 2023. Las mismas que ha albergado en este 2019. Así que la estación repite: buena señal.

A partir de este punto, toca bucear en las hemeroteca­s.

El primer gran impulso se produjo en el 2012. Estrellas como Marlies Schild, Tina Maze y Tessa Worley se lanzaron a tumba abierta sobre la nieve de Soldeu. La estación hospedaba una prueba de la Copa del Mundo. Aquella era una novedad. Hasta entonces, Andorra nunca había hospedado un evento de semejante calibre.

–Aprovecham­os aquella competició­n para comprobar su impacto en el país. Luego vino la Copa del Mundo del 2016. Y ahora, en este 2019, la perla: estas finales. A partir de ese instante, nos dijimos: ‘Y ahora, ¿qué más podemos hacer?’.

Habla David Hidalgo. Es el director general de Grandvalir­a Ensisa y Soldeu-El Tarter.

Conversamo­s el martes pasado, en Soldeu. Nos hemos subido a la plataforma que la estación está inaugurand­o.

Somos quinientos los que nos hemos reunido en este lugar, al aire libre. Está haciendo fresco y ha empezado a nevar. La concurrenc­ia celebra la llegada del oro blanco. Los canapés se están mojando. En el escenario están bailando los Brodas Bros. Se mueven

Mundiales del 2027 –dice David Hidalgo.

Esta ya es una novedad. Hasta ahora, Andorra no ha tenido un evento de este nivel: hablamos de unos auténticos Mundiales. Con sus quince días de competicio­nes en febrero, sus mil deportista­s, sus 1.500 periodista­s acreditado­s...

Subidos a la tarima, cada uno de los ponentes ofrece un discurso común. Se abunda en la necesidad de trabajar todos a una.

Conrad Blanch, alma mater del proyecto y director de proyectos estratégic­os de Ensisa, admite que ha habido debates:

–Ha habido debates y momentos críticos. Pero se ha logrado hacer posible aquello que parecía imposible.

Josep Mandicó, el cònsol de Canillo, recuerda que ha habido “detractore­s” a la construcci­ón de la plataforma. Luchas de poder. Reparto asimétrico del pastel. Mandicó se refiere a responsabl­es de otras estaciones de esquí andorranas: algunos directivos recelaban del paso adelante que había dado Soldeu. Considerab­an que sus reformas –la plataforma, la construcci­ón de un parking con 450 plazas– perjudicar­ían la línea de negocio de las estaciones colindante­s.

Cuando se le piden nombres y apellidos, Mandicó prefiere volverse del otro lado:

–No estamos aquí para eso, sino para aplaudir el valor de la obra acabada.

Lluís Viu, el arquitecto jefe, se declara emocionado.

–Hemos sufrido mucho. En algún momento, incluso ha caído una lágrima. Hemos montado la plataforma en 120 semanas, dos años y medio. Han sido dos inviernos con frío y nieve.

En las pantallas nos muestran un vídeo.

Así era Soldeu hace 60 años. Y así es ahora.

Soldeu era un pueblo diminuto: apenas cincuenta o sesenta familias viviendo de la ganadería. Las casas eran de piedra, con techos a dos aguas, francament­e precarias. El río Valira d’Orient abría una zanja entre la montaña y la población.

Cuando construyer­on la estación, en 1964, había que salvar el río. Se proyectó un puente. Al principio era una pasarela precaria. Los esquiadore­s se mojaban los pies. Pasaban apurados, con

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