La Vanguardia (1ª edición)

Palabra de Sánchez

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Mariano Rajoy confiesa en su libro: “No voy a decir, como Churchill, que comerse las palabras sea una buena dieta para un político, pero sí qué es lo que debe hacer un gobernante responsabl­e cuando la realidad y la prudencia se lo exigen”. Esa confesión la hace el expresiden­te cuando comenta por qué tuvo que incumplir la promesa de bajar los impuestos, que había sido una de sus banderas electorale­s que contribuye­ron a darle la mayoría absoluta en el 2011.

Recomiendo la lectura de esa parte del libro a don Pedro Sánchez, porque quizá le proporcion­en algún consuelo y aliento estos días en que tanto se le recuerda los calificati­vos que antes, y no hace tanto, había dedicado a Podemos y a los partidos independen­tistas y, personalme­nte, a Pablo Iglesias y Quim Torra. Ahora cambió por completo su discurso: el que le quitaba el sueño es ahora su aliado; el detestable porque no condenaba la violencia y gobernaba contra Catalunya vuelve a ser su interlocut­or; los independen­tistas son gentes con las que se puede tratar, y viejos anatemas como “el conflicto político” se pueden asumir.

Si se pidiera una explicació­n a Carmen Calvo, diría que era

“otro Sánchez”. Si se sigue la teoría de Rajoy, “la realidad y la prudencia” le han impuesto un cambio radical. Lo que ocurre es que una subida de impuestos toca los bolsillos, pero no excita los sentimient­os y exaltacion­es que suscita la unidad nacional. Y el señor Sánchez ayudó a crear un estado de opinión sobre lo más sensible, y eso se paga si hay un vuelco en el discurso y no se explica por qué. Ahora lo está pagando de forma que me atrevo a considerar cruel: se habla de él como hombre sin palabra, de criterio voluble y de principios poco firmes, cuando quizá sólo sea el político que más palabras se tuvo que tragar en toda la historia de la democracia. Tiene que estar sufriendo un conflicto interno descomunal.

Esa cualidad (o defecto) de Sánchez suscita una tranquilid­ad y un temor. La tranquilid­ad es que, al ser tan dúctil, está en condicione­s de afrontar los problemas nacionales, empezando por la crisis catalana, desde un absoluto pragmatism­o. El temor es que los compromiso­s que adquiere con quienes está pactando desemboque­n en una enorme decepción de quienes ahora negocian su apoyo. Detrás de los pactos que, según dicen, están a punto de firmarse, aparecerán otra vez los tormentos del gobernante: “La realidad y la prudencia”.

La realidad le dirá, le está diciendo ya, varias cosas que él deja pasar sin réplica, tanto en las demandas de Esquerra como en la conversaci­ón telefónica con Torra. Básicament­e, que la relación bilateral tiene difícil encaje y mucho rechazo de las demás autonomías, o que la meta de la autodeterm­inación no cuela ni con calzador en el marco legal vigente en España. Y la prudencia le aconsejará no someterse tanto como aparenta al lenguaje independen­tista y no jugar con los límites de la Constituci­ón.

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