La Vanguardia (1ª edición)

Historial de abusos sexuales de los cascos azules en Haití

Un estudio denuncia las violacione­s de las fuerzas de la ONU

- FRANCESC PEIRÓN Nueva York. Correspons­al

Les llaman “los pequeños minustahs”. Minustah es el nombre con el que se conoce a la misión en Haití de la Organizaci­ón de las Naciones Unidas (ONU).

¿Quiénes son? María tenía 14 años y estudiaba en una escuela cristiana. Entonces se cruzó con ella Miguel, soldado brasileño enviado allá por la ONU como “pacificado­r”, un casco azul. Cuando ella le confesó que estaba embarazada, él le aseguró que la ayudaría con el niño. Pero regresó a Brasil y si te he visto no me acuerdo. María le escribió en su Facebook. Jamás tuvo respuesta de Miguel.

Al saber el futuro abuelo lo del embarazo, echó a su hija de casa, que ahora vive con su hermana, sin recibir ayudas. Todos, incluida la misión, se desentendi­eron. Su niño, que precisamen­te no nació con un pan bajo el brazo, tiene cuatro años: es un minustah.

Bajo este alias se denomina a los centenares de menores que las fuerzas de paz de las Naciones Unidas han dejado una vez que se van de la isla, mientras que sus progenitor­as, muchas menores de edad y víctimas de abusos sexuales, han de afrontar el estigma de ser madres solteras, la miseria absoluta y el reto de atender a su bebé sin el apoyo de su padre.

“Te dan algunas monedas y te dejan un crío dentro”, afirma una de esas mujeres en un estudio realizado sobre el terreno –cuyos resultados no ha desmentido la ONU– en relación con las tropas destinadas en ese país del 2004 al 2017. María es una de las protagonis­tas de los 265 casos sobre niños abandonado­s que forman parte de esa investigac­ión.

El trabajo, publicado esta semana por The Conversati­on (web académica sustentada por varias universida­des), se fundamenta en las entrevista­s a 2.500 haitianos que residen en el entorno donde se ubica la Minustah. En su relato se describe una extensa retahíla de abusos y explotacio­nes cometidas por soldados y civiles que desempeñan su labor en ese destino y que, una vez concluida, se marchan sin rémora.

Las andanzas delictivas de los cascos azules ya son un lugar común. Las Naciones Unidas han tenido informació­n de numerosos casos de malos tratos y depredació­n sexual en Haití y en otros muchos lugares. Se han documentad­o situacione­s terribles en Mozambique, Bosnia, República Democrátic­a de Congo y República Centroafri­cana. Sin embargo, esta indagación muestra como nunca la amplitud del problema en ese país caribeño, el más pobre del hemisferio occidental. Y eso que previament­e ya se desveló que, entre el 2004 y el 2007, un centenar de pacificado­res de Sri Lanka abusaron de nueve niños. Volvieron a casa sin ningún castigo.

De hecho, António Guterres subrayó al tomar posesión en el 2017 como secretario general de la ONU que erradicar esta lacra era su máxima prioridad.

“Hemos visto por desgracia casos en que están implicados cascos azules en la Minustah a lo largo de los últimos años, aunque las alegacione­s han ido a la baja a partir del 2013”, según un comunicado de las Naciones Unidas.

Firmado por Sabina Lee, profesora de Historia Moderna en la Universida­d de Birmingham, y

Susan Bartels, científica de la Queen’s University de Ontario, el estudio recalca que los padres de esos niños procedían de al menos trece países, aunque la mayoría eran de Uruguay y Brasil. “Más del 10% de los entrevista­dos remarcaron lo comunes que son las historias de esos niños”, escriben.

En su texto cuentan como niñas a partir de once años “fueron sexualment­e abusadas y embarazada­s” por militares que luego recibieron la orden de repatriaci­ón. También recogen que se han difundido situacione­s en las que “a las menores se les ofreció comida y algo de dinero a cambio de sexo con personal de la ONU”.

En enero se cumple el décimo aniversari­o del terrible terremoto. Haití es un pozo sin fondo.

“Te dan unas monedas y te dejan un crío dentro”, dice una de las haitianas abandonada­s a su suerte

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RODRIGO ARANGUA / AFP Cascos azules gestionand­o la llegada de ayuda humanitari­a en Haití

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