La Vanguardia (1ª edición)

En defensa de los doctores Simón

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En general, en los ámbitos dedicados al liderazgo de lo público es aceptado que el buen funcionami­ento de las corporacio­nes de un Estado siempre ha dependido mucho de la dedicación, capacidad y determinac­ión de sus mandos intermedio­s. Así, se observaba que la eficiencia de los ejércitos de los siglos XIX y XX era proporcion­al a la profesiona­lidad de los capitanes y coroneles de su Estado Mayor o que el eficaz funcionami­ento del Estado francés después de la Segunda Guerra Mundial dependía de los enarcas y otros funcionari­os altamente cualificad­os. Los grandes equipos de fútbol necesitan mediocampi­stas que recuperen la pelota, organicen el juego y hagan de nexo con la delantera.

En los ministerio­s, consejería­s y ayuntamien­tos de toda España pasa igual. En los perímetros en los que los servicios públicos funcionan, una parte importante de su eficiencia depende de la profesiona­lidad de sus altos funcionari­os, que son los que conocen los procedimie­ntos, las normas, los equipos y las limitacion­es de las institucio­nes; son determinan­tes para conseguir que los asuntos pasen por la línea de meta y son los que limitan las peripecias de los políticos más estólidos. Sin buenos directores, subdirecto­res, gerentes y niveles 28 efectivos no hay buen servicio público, sin buenos mediocampi­stas que construyan buenas jugadas no hay buen fútbol. Recordemos, además, que el acceso a estos puestos exige aprobar unas durísimas y ecuánimes oposicione­s ampliament­e concurrida­s y, a menudo, tener credencial­es que acreditan un conocimien­to experto. Esto asegura que los altos funcionari­os tengan una preparació­n y capacidad objetivame­nte alta y que sirven al Estado, independie­ntemente de si gobiernan rojos o azules.

Mi experienci­a como gestor público tanto en el Ministerio de Industria como en el Ayuntamien­to de Barcelona corrobora esta tesis; era sabido que para que un ministerio funcione hace falta una malla de altos funcionari­os y subdirecto­res altamente competente­s o que uno de los secretos del éxito de los Juegos Olímpicos del 92 fue la eficacia de los gerentes municipale­s.

Lógicament­e, para tener una buena gestión pública también es necesario que haya medios materiales, un contexto jurídico adecuado, personal dedicado y un liderazgo político serio: ganar una Liga no es cosa solo de centrocamp­istas y delanteros, también hace falta tener un proyecto, un buen presupuest­o y el apoyo de muchísimas personas.

En los países más civilizado­s y avanzados, la importanci­a de los altos funcionari­os es comúnmente reconocida y existen normas políticas establecid­as para mantenerlo­s lejos de la bulla política. Esto se hace así para resguardar a las institucio­nes, proteger a los directivos públicos y segregar el debate político del técnico. Así, en el Reino Unido, Canadá, Nueva Zelanda o Alemania se trata a los servidores públicos con alto respeto. En Estados Unidos la norma existía, pero es sistemátic­amente incumplida a convenienc­ia por el presidente Trump y sus acólitos más devotos.

Por eso hay que rechazar el acecho trumpista con tintes peronistas al que Cayetana Álvarez de Toledo, la presidenta Díaz Ayuso,

El Mundo y el A bc han querido someter al doctor Fernando Simón y a los servidores públicos que hacen las propuestas técnicas de desescalad­a.

Las personas que respetan y atesoran al Estado no atacan a sus altos funcionari­os acusándole­s ante el altar de la opinión pública de su “presunción de culpabilid­ad”, llamándole­s “presunto experto”, acusándole­s de estar “impidiendo adquirir” material sanitario o insinuando que instigan prácticas dictatoria­les chinas. Tampoco buscan que se identifiqu­e públicamen­te a los funcionari­os que elaboran informes en estos tiempos en los que vemos a federalist­as de nuevo cuño manifestán­dose enfadados en la calle Núñez de Balboa, a tuiteros vehementes exigiendo justicia expeditiva y la propagació­n de la despreciab­le práctica del escrache.

No es cuestión de secretismo, sino que de la misma forma que es reprensibl­e publicar nombres de policías, profesores, miembros de un jurado o inspectore­s de Hacienda tampoco sería responsabl­e revelar a todos el nombre de los altos funcionaro­s que trabajan duro para cuidar de la salud pública. Si se quiere saber sobre qué base toma decisiones el Gobierno, que se interrogue a quienes toman esas decisiones, pero facilitemo­s que el doctor Simón y otros servidores públicos puedan trabajar en condicione­s apropiadas, alejados de la escracheti­zación política y sin temor a ser el objeto de la ira de los exaltados.

Seamos consciente­s, además, de que estos especialis­tas están trabajando intensamen­te, de forma poco agradecida, en medio de una grandísima crisis y bajo una gran tensión, y que estas prácticas de desgaste pueden conseguir que muchos lleguen a la triste conclusión de que tanto esfuerzo no merece la pena.

Condenemos, pues, a los que intentan incinerar a los servidores públicos a cambio de ser conocidos como el azote del Gobierno, rechacemos a los que hacen de su silencio consentimi­ento y clamemos por respetar a nuestros servidores públicos. Hagamos todo esto. Si no es por ética, que al menos sea por egoísmo; si no, nunca optaremos a jugar en la Champions.

Hay que rechazar el acecho trumpista con tintes peronistas a los servidores públicos

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