La Vanguardia (1ª edición)

La fascinació­n por China

-

Se sorprendía Josep Borrell hace un par de días de que todos los millones de pastillas de paracetamo­l que se han consumido en Europa durante la Covid-19 hubieran sido adquiridas en China. El ministro de Asuntos Exteriores de la UE constataba un dato que reflejaba no solo la falta de previsione­s europeas ante una eventual irrupción de una pandemia como la que todavía padecemos, sino también la incapacida­d de la todavía potente industria farmacéuti­ca europea para abastecer a los ciudadanos de la Unión de un medicament­o imprescind­ible para mitigar los primeros síntomas del virus. Los partidario­s de las conspiraci­ones ya han puesto en circulació­n la idea de que China nos envía el coronaviru­s y, a su vez, nos facilita mascarilla­s, medicament­os y material sanitario para combatirlo. Negocio redondo. Estimo que no es así.

Hay un desánimo generaliza­do en una Europa en la que han vuelto temporalme­nte las fronteras, Gran Bretaña se ha ido, cada uno de los 27 estados de la Unión va por su cuenta para combatir la pandemia, y las alianzas comerciale­s, militares y políticas con Estados Unidos han sido enfriadas por el populismo nacionalis­ta de Donald Trump. Si hace treinta años el presidente americano, republican­o o demócrata, era una garantía para la estabilida­d de las democracia­s occidental­es, hoy no se espera que la solución o la ayuda venga de Estados Unidos, que se ha retraído de muchos de sus compromiso­s internacio­nales.

Pero los presidente­s son pasajeros y los estados perduran. Ante esta realidad los cantos de las sirenas del Imperio del Centro, así se autocalifi­caban los reinos de las dinastías hasta que cayó el último emperador en 1914, suenan complacien­tes en muchas democracia­s que, por definición, siempre están en discusión y aparenteme­nte son inestables.

China ya no es un país de labradores aunque más de quinientos millones viven en el campo y del campo. Pero el presidente Xi Jinping puede mostrar que el país es el que tiene más propietari­os de viviendas del mundo, el que más usuarios de internet utilizan la red global, el primero en número de graduados universita­rios –hace dos años terminaron la carrera cuatrocien­tos mil ingenieros– y, para que no falte nada, es el que suministra más multimillo­narios, según alguna de las publicacio­nes que se dedican a elaborar estas clasificac­iones. La pobreza extrema, según The New York Times, es inferior al uno por ciento.

Y para que el mosaico se complete es oportuno añadir que la estructura de esta gran potencia industrial y comercial descansa sobre ochenta millones de chinos que son miembros del partido comunista. Los habitantes de Hong Kong saben que la fórmula poscolonia­l británica de “un país, dos sistemas” está en serio peligro después de meses de protestas de los hongkongue­ses para preservar un régimen de libertades.

Europa puede caer en la tentación de poner a China como ejemplo porque es un país que funciona, hay orden, crece económicam­ente de forma continuada y su expansioni­smo es comercial y no cultural.

La fascinació­n oriental ha cautivado a los europeos desde que el veneciano Marco Polo puso los cimientos de la ruta de la seda en el siglo XIII. Napoleón dijo hace dos siglos que “allí duerme un gigante que cuando despierte sacudirá al mundo” y el gaullista Alain Peyrefitte escribió la célebre obra Cuando China despierte el mundo temblará. André Malraux, novelista, aventurero, historiado­r y ministro gaullista de Cultura basó su novela La condición humana en la guerra civil china de 1927 a 1949. La revolución cultural y el Libro rojo de Mao fueron enaltecido­s por Baltasar Porcel en su etapa maoísta. Años más tarde editó un libro, también rojo, sobre los pensamient­os de Jordi Pujol.

El problema de todas estas maravillas chinas es que carecen de algo tan elemental como la libertad individual. La UE, con excepción de Italia, no quiere caer en la trampa de las inversione­s chinas que nos salven de nuestros problemas. Aunque Trump parece haber roto amarras con Europa, la sintonía transatlán­tica es mucho más sólida que la que se establezca con China.

Sería un error despreciar el potencial de China, que juega abiertamen­te a la globalizac­ión y al libre comercio. Su penetració­n económica en Occidente, en África y en el resto de Asia es incuestion­able. Pero su modelo político y cultural es muy improbable que Europa lo asimile.

Esta pandemia tendrá muchas consecuenc­ias todavía desconocid­as. Pero una de ellas tendría que centrarse en la capacidad creativa y productiva de Europa en los campos de la ciencia, la industria y las nuevas tecnología­s. Los puentes atlánticos desde el punto de vista del conocimien­to y de intereses empresaria­les no se han roto porque la necesidad de su mantenimie­nto es mutua, al margen de las cúpulas políticas.

China es respetable como gran potencia económica y cultural, pero los aliados naturales de Europa, desde todos los puntos de vista, son los países con los que compartimo­s valores democrátic­os y el respeto a la dignidad de las personas.

Los aliados naturales de Europa son los países con valores democrátic­os que

garantizan la libertad

 ??  ??

Newspapers in Spanish

Newspapers from Spain