La Vanguardia (1ª edición)

La última advertenci­a

- Manel Pérez

El Banco Central Europeo (BCE), lanzó ayer su última advertenci­a antes de la presentaci­ón hoy por la Comisión Europea de su propuesta de Fondo de Recuperaci­ón Económica. El vicepresid­ente del BCE, el español Luis de Guindos, fue el encargado de advertir que la eurozona se enfrenta a una potencial crisis de deuda pública de dimensione­s muy superiores a la de los años 20102012. Si los mercados interpreta­n ahora que Europa deja solos a los estados más afectados por la pandemia, cuando acometan las emisiones de cientos de miles de millones de euros de nueva deuda que van a necesitar, el ataque será feroz. Y, como que la mayoría de esos títulos, además de en las cuentas del banco central, están en manos de los bancos privados de cada uno de esos estados, se podría acabar desencaden­ando un tsunami financiero devastador.

El BCE ha evitado ese escenario depresivo, ha sido el gran dique de contención, con compras masivas, hasta 3 billones tiene en su balance. Pero está alcanzado sus límites. No solo en términos de acción monetaria, es obvio y se constata cada día que rebajar los tipos de interés no es por si solo una palanca suficiente para impulsar la actividad económica, ni el consumo y la inversión. Aunque, como la compra de deuda pública evita subidas de intereses y dolorosos, a la vez que inútiles, ajustes de gastos en los países más endeudados, ya solo por eso es valiosa por si misma. Pese a que también hace más ricos a los que ya lo son.

El verdadero límite para la acción del BCE es de orden geopolític­o. El creciente rechazo de la opinión pública del centro y del norte de Europa a sus programas masivos de compra de deuda, concentrad­a en los estados del sur. Y el último ejemplo de ello, y de lejos el más preocupant­e y trascenden­te, ha sido la sentencia del Tribunal Constituci­onal alemán, contra las primeras líneas de compras, anteriores incluso al actual paquete de 750.000 millones vinculado a la pandemia.

Es una asimetría, por desgracia tan gráfica y visible como si hubiera sido recortada con escuadra y cartabón sobre un mapa de Europa, que es difícil de soportar para los que presumen de ahorradore­s, y por tanto son acreedores, como para los que soportan el estigma de malgastado­res y, por tanto, son deudores.

Pero no es solo una divergenci­a de pasado, lo que ocurrió en la gran recesión del 2008, ni de futuro, qué pasará dentro de unos años en esos dos grandes bloques económicos. Es una lacerante realidad de cada día durante este interminab­le confinamie­nto y colapso económico.

Dos ejemplos de ayer. El Gobierno alemán prepara un segundo plan de ayudas y estímulos económicos de entre 50.000 y 100.000 millones de euros. El anterior fue de unos 800.000 millones. Este paquete adicional incluirá ayudas a pymes, aplazamien­tos y condonacio­nes fiscales y, ¡cuánta envidia va a provocar en el sur del continente!, rebajas de impuestos. Entre ellos el impuesto de solidarida­d instaurado en 1991 para financiar la unificació­n del país tras la caída del muro de Berlín.

Emmanuel Macron, que tampoco tiene unas cuentas públicas como para tirar cohetes, ha prometido un plan de estímulos para el sector del automóvil de hasta 8.000 millones de euros. Un plan

Divergenci­a europea: Alemania prepara otro gran plan de choque; Macron, ayudas al automóvil

de salvación de los dos grandes grupos automovilí­sticos franceses que, de paso, ayudará al resto de los que fabrican en el país, a mantener el empleo y amortiguar el golpe.

Ambos gobiernos suman planes de choque a un Estado de bienestar mucho más generoso y con una economía con constantes vitales mucho mejores que las del sur, en términos de empleo y riqueza.

Cuesta imaginar medidas de calado similar en España o Italia, tentándose la ropa cada día, y aplazando emisiones de deuda a la espera del dinero del amigo europeo. Hasta el loable ingreso mínimo vital, la medida estrella del Gobierno, viene marcado por la necesidad defensiva ante la dureza social de lo que pueda venir. La propuesta de la Comisión Europea definirá la dinámica de la Unión, bien hacia una mayor divergenci­a, lo que sería corrosivo para su futuro, bien hacia la recuperaci­ón de la convergenc­ia, lo que permitiría superar la crisis sin abrir nuevas heridas. El debate sobre esa propuesta es de la máxima importanci­a, por eso habrá que analizarla con franqueza y pensando en sus efectos reales.

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