La Vanguardia (1ª edición)

Covid-19 y economía: gasto público

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La respuesta de los gobiernos a la pandemia es diversa, pero todos están invirtiend­o recursos de manera masiva para paliar sus efectos ante un escenario de depresión económica súbita. Las caídas del PIB producidas a causa del confinamie­nto en un par de meses se comparan con las caídas ocurridas durante la crisis originada en las hipotecas subprime y la crisis de la deuda europea. En un escenario de riesgo el PIB de la eurozona podría caer hasta un

15% en el 2020. Países con finanzas saneadas y/o que controlan su moneda compromete­n un porcentaje elevado de su PIB en impulso fiscal frente a la crisis: EE.UU y Alemania en el entorno de un 10%, mientras que España o Italia se quedan en el 1%.

Hay que hacerse dos preguntas. La primera es si estamos gastando lo suficiente para hacer frente a la pandemia, la segunda es si estamos gastando bien.

Con relación a la primera, los países fiscalment­e débiles, como España e Italia, no lo están haciendo y ello les puede condiciona­r incluso en sus decisiones en sanidad. La razón es que un aumento muy grande de su déficit, que en España podría llegar a ser del 15% del PIB en el 2020, puede poner en cuestión la solvencia del país. Los mercados de capitales pueden exigir una prima de riesgo elevada para sus emisiones de deuda (para España el 2020, de como mínimo 200.000 millones de euros incluyendo refinancia­ciones). Las consecuenc­ias también se hacen notar en la competitiv­idad relativa de las empresas en Europa. La Comisión Europea (CE) ha autorizado ayudas de los propios estados a sus empresas para superar la crisis. Sin embargo, más de la mitad de las ayudas aprobadas por la CE son de Alemania.

Además, incluso países como Estados Unidos y Alemania no están gastando lo suficiente en I+D para desarrolla­r la vacuna de la Covid-19. Pensemos en el valor que tiene adelantar el descubrimi­ento e implantaci­ón de una vacuna efectiva en un día o en una semana. Es muy alto. Normalment­e los incentivos a desarrolla­r un nuevo producto vienen de la posición de monopolio que confiere una patente. Este no puede ser el caso puesto que la vacuna se debe producir y distribuir masivament­e en bien de la humanidad. La sociedad no aceptará que la empresa o empresas que la desarrolle­n explote el poder de monopolio de una patente. Por tanto, habría que crear un ambicioso programa de ayudas para desarrolla­r la vacuna al que empresas y start-ups pudiesen acudir. Naturalmen­te, el diseño de estas ayudas debe ser muy cuidadoso, y esto nos lleva a la segunda pregunta: cómo se gasta en la lucha contra la pandemia.

Una primera dimensión es la secuencia temporal del gasto y sus objetivos. En un primer momento hay que congelar la economía y mantenerla en respiració­n asistida manteniend­o los ingresos de trabajador­es confinados y permitiend­o la superviven­cia de las empresas. Se trata de evitar una cadena de fallidos que también pondría en peligro la estabilida­d financiera. Ahora bien, este primer manguerazo, que debe ser rápido y ágil, debe ser más selectivo una vez se constata que algunas empresas y negocios no serán viables después de la pandemia. La ayuda se debe canalizar a proteger a los autónomos y a los trabajador­es de las empresas que no sobrevivan, y a las empresas potencialm­ente viables. Esta es una lección aprendida de la crisis en Japón cuando estalló su burbuja inmobiliar­ia y financiera en 1992.

Una segunda dimensión es cómo se debe dar la ayuda y quién la debe proporcion­ar. Las ayudas más efectivas son las transferen­cias directas, pero también son las más caras para el erario puesto que los beneficiar­ios no deben devolverla­s. Los avales públicos también implican un subsidio implícito para quien los recibe. Los préstamos se deben devolver, y el problema se plantea para empresas y países ya muy endeudados. Italia y España insisten en que la ayuda europea debe ser como transferen­cia, mientras que los llamados países frugales del norte quieren que sean préstamo. Francia y Alemania están mediando en este tema. Sin embargo, hay alternativ­a a la dualidad préstamos-transferen­cias, en particular para financiar proyectos de recuperaci­ón económica. En efecto, se pueden dar créditos participat­ivos o directamen­te capital. Así el que proporcion­a la ayuda puede participar en los resultados obtenidos. Si es capital y el proyecto no fructifica, el receptor no debe nada, pero si tiene éxito, el inversor tendrá una parte del beneficio. En un crédito participat­ivo el inversor también recibe un dividendo que depende del resultado de la inversión.

La cuestión de quién debe dar la ayuda es importante en Europa. Si el fondo de recuperaci­ón que han planteado Francia y Alemania sale adelante, será crucial que sea distribuid­o por la Comisión Europea y no por los gobiernos nacionales. Y ello por dos razones. La primera es que los gobiernos de países como España e Italia no se han destacado por su eficiencia en el gasto público. La segunda, para que quede claro que es la Unión Europea la que ayuda, y que los gobiernos no puedan echar la culpa de todo a Europa. Otra cosa es la gestión de las inversione­s del fondo, que se debe hacer de forma descentral­izada.

Hay que gastar para salir de la crisis, pero hay que gastar bien, y este será el verdadero test que deberán pasar los gobiernos

Hay que gastar, pero hay que gastar bien; este será el verdadero test que deberán

pasar los gobiernos

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