La Vanguardia (1ª edición)

La politizaci­ón de la justicia

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Nos quejábamos de la judializac­ión de la política, pero quizás deberíamos empezar a preocuparn­os por la politizaci­ón de la justicia. Tan preocupant­e es que el poder político presione a los jueces para que resuelva cuestiones que es incapaz por sí solo de solucionar, como que los jueces se conviertan en cruzados para poner a los gobernante­s contra las cuerdas a fin de imponer otra idea de España. En pocos días, hemos visto a la presidenta de Madrid, Isabel Díaz Ayuso, recurriend­o al Tribunal Supremo por el hecho de que el Gobierno de Pedro Sánchez retrasara una semana el pase a la fase 1 de la desescalad­a. ¿De verdad que la justicia está para discutir criterios a los expertos del ministerio de Sanidad? Con eso solo demuestra su impotencia política y su incapacida­d de imponer argumentos. ¿Tiene sentido que una juez de Madrid, que fue un alto cargo del ministerio de Justicia con el PP, impute por prevaricac­ión al delegado del Gobierno socialista tras haber autorizado la manifestac­ión del 8-M, cuando la OMS no declaró la pandemia hasta el 12-M?

Este país lo ha reformado casi todo en más de cuarenta años de democracia, pero no se ha atrevido con el sistema judicial, segurament­e porque necesitó de su complicida­d para recoser la transición. Entonces hubo que hilar fino para que los tribunales acompañara­n el paso de un régimen dictatoria­l a otro democrátic­o. E incluso hubo que encajar el hecho de que el jefe del Estado hubiera jurado los principios del Movimiento con su renuncia implícita en el momento que se puso a la cabeza de la España constituci­onal. Pero de un tiempo a esta parte se pone en evidencia que hace falta ajustar la justicia a las necesidade­s de un estado moderno. No será fácil hacerlo en un país tan polarizado y con un Parlamento tan atomizado, pero tarde o temprano se deberán abordar cuestiones como el modo de elección de las cúpulas de la magistratu­ra, el poco sentido que hoy tienen jurisdicci­ones como la Audiencia Nacional o el poder sancionado­r del CGPJ a los jueces ante determinad­os comportami­entos. Y, al mismo tiempo, dotar a los tribunales de medios, abordando seriamente la digitaliza­ción y agilizando procedimie­ntos.

La derecha no se ha cansado de repetir desde el primer día que el Gobierno de izquierdas es ilegítimo. Es decir, ha cuestionad­o la legalidad porque nunca asumieron la pérdida del poder. Nada nuevo, porque en su última legislatur­a Felipe González escuchó algo parecido y hace apenas una década José Luis Rodríguez Zapatero también tuvo que oír la misma acusación.

La pugna por el caso de la juez Carmen Rodríguez-Medel y el cese del coronel de la Guardia Civil Diego Pérez de los Cobos va a embarrar un poco más la política y a enlodar en firme la justicia. La Abogacía del Estado ha acusado a la magistrada de abrir una causa general contra el Gobierno. Como solo leen a Albert Camus cuatro nostálgico­s, pocos sabrán que fue él quien advirtió que “si el hombre fracasa en conciliar la justicia y la libertad, fracasa en todo.” Así de claro.

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