Una presidencia en llamas
Las protestas, nuevo interrogante a la reelección de Trump en plena crisis
Coches en llamas, centros urbanos devastados, comercios saqueados, tenderos y manifestantes apaleados, toque de queda en una docena de ciudades, intentos de asalto a la Casa Blanca... No, las imágenes con que ayer se desayunó Estados Unidos después de cinco días de protestas no son exactamente la idea de esa América grandiosa que Donald Trump prometió a los estadounidenses hace cuatro años.
La muerte bajo custodia policial de otro negro desarmado, George Floyd, ha sido la gota que ha colmado el vaso para muchos estadounidenses, que han salido en masa a las calles para reclamar justicia racial. Que las grandes manifestaciones, en su mayor parte pacíficas pero ensombrecidas por violentos disturbios y saqueos, se estén produciendo sobre todo en lugares gobernados por demócratas es una feliz coincidencia para el presidente. A cinco meses de las elecciones, Trump no ha dejado pasar la oportunidad para agraviar a sus rivales y presentarse como el único salvador posible de la espiral de caos en que se está hundiendo el país.
¿Una nueva versión de la promesa de “restaurar la ley y el orden” que en el 1968 llevó a Richard Nixon a la Casa Blanca? Las comparaciones son inevitables con aquel año de protestas, tensiones raciales y tragedias como el asesinato de Martin Luther King y la llegada del hombre a la Luna mientras en tierra los afroamericanos morían reivindicando igualdad. Las respuestas, sin embargo, son menos claras en este 2020, con una pandemia descontrolada que se ha cobrado más de 100.000 vidas y más de 40 millones de estadounidenses en el paro, cifra no vista desde la Gran Depresión.
Las tensiones raciales son un contexto en el que Trump se siente cómodo. Han sido su trampolín poville lítico desde que en 1989 el magnate amplió su cuota mediática en Nueva York publicando un anuncio a toda página en cinco grandes diarios para pedir la reinstauración de la pena de muerte en el Estado para ejecutar a cinco jóvenes negros acusados de violar a una mujer blanca.
No pidió perdón cuando fueron exculpados e indemnizados con 40 millones, igual que nunca se disculpó por sus insidiosas afirmaciones sobre la nacionalidad de Barack Obama, que le convirtieron a él y a Melania en los mejores portavoces del movimiento racista birther, o por su balance de la marcha de supremacistas blancos en Charlottesen el 2017 cuando dijo que había “buena gente en los dos lados”.
En el 2016 Trump supo capitalizar las tensiones sociales y raciales a su favor para llegar a la Casa Blanca. Ahora la situación es diferente. ¿Puede realmente un presidente jugar la carta del outsider que encandiló entonces a muchos votantes, unidos por el desengaño hacia la política como única ideología? “No asumáis que los disturbios ayudarán
El presidente explotó la tensión racial y social para ganar las elecciones en el 2016
Biden lleva una ventaja de hasta diez puntos sobre Trump en las encuestas
a la reelección de Trump”, advertía ayer, contracorriente, Philip Klein en el diario conservador The Washington Examiner.
No es imposible que, como dicen muchos analistas, el clima de agitación social refuerce el voto de los blancos en los Estados bisagra que el presidente necesita para ganar la reelección pero no hay que darlo por sentado, afirma Klein. A diferencia de Nixon, “Trump ya es presidente” y es difícil defender en las actuales circunstancias que es la persona que acabará con el caos. “Si ahora no ha sido capaz de superar el descontrol urbano de los demócratas y restaurar el orden en su primer mandato, ¿por qué iba a hacerlo en un segundo?”. Joe Biden podría reivindicar lo mismo sin “un lenguaje incendiario”. Las encuestas le dan entre cinco y diez puntos de ventaja sobre Trump pero todo puede deci