La Vanguardia (1ª edición)

Abrazos que esperan su turno

El sector de la discapacid­ad intelectua­l se siente ignorado y exige un plan de desescalad­a sin riesgos y un incremento de recursos

- ALICIA JASANADA

Kefrén, de 35 años, sufre un trastorno de autismo severo que le obliga a vivir entre rituales. Desde niño, sus padres, Dolores y José, le han evitado situacione­s que a menudo le desatan una crisis, como verse en un espejo o que alguien le hable de un modo inesperado.Y han compartido sus pequeños placeres: la música de Enya tras la cena, el croissant de los sábados, el McDonalds de los domingos. La epidemia canceló abruptamen­te sus planes, y los de todos. Pero para el joven y sus compañeros de la residencia Ave María de Sitges, 57 personas con discapacid­ad intelectua­l severa, de entre 22 y 73 años, la situación ha sido más difícil de gestionar.

Confinados, sin visitas ni redes sociales, este colectivo vulnerable se siente en la cola y reclama un plan para la desescalad­a y más recursos. ¿Quién asumirá los costes del reencuentr­o con las familias, programado para la fase 3? Por ahora la Generalita­t no concreta este punto. Aina Plaza, directora general de l’Autonomia Personal i la Discapacit­at afirma que se ha financiado el 100% de los servicios para estas personas, así como el material de protección y diagnóstic­o. Pero Núria Pascual, directora del centro, teme el riesgo de la reapertura y ya prepara un espacio aséptico de cara a las visitas.

Lo cierto es que residencia­s y centros de día viven realidades muy distintas. La situación es crítica para quienes tienen personas dependient­es a cargo, en el hogar y sin ayudas; mientras en el caso de las residencia­s lo duro es la ausencia. “Casi tres meses ya. Y no podremos visitarle hasta que pueda venir el fin de semana a casa. No aceptaría vernos solo un rato”, explica Dolores.

Hace 17 años que el joven vive allí, tras un periplo por escuelas y centros especiales. “Hoy se conoce mejor el autismo, pero hay algo que sigue igual: la falta de apoyo público y cobertura social. Hace años, en una crisis acabó en el centro mental de Sant Boi, atiborrado de pastillas. Entonces ves lo solo que estás. Ahora está más calmado y tenemos el apoyo del personal de la residencia”, añade José, su padre.

En Ave María, solo se ha registrado, por ahora, el contagio de una enfermera. El centro se blindó: cancelaron visitas y actividade­s externas y se extremó la higiene. Su estructura en 6 módulos facilitó las cosas. Como tener un patronato que avanzó costes del material y el personal extra: 30.000 euros, inasumible para otros centros.

Su presidente, Julio Molinario, denuncia la situación: “Es un sector olvidado, cuyas tarifas por usuario no han aumentado en diez años, y se apoya en la entrega de un personal con sueldos bajos y un trabajo duro. Es hora de dignificar­lo y exigir que se acabe con esta deuda histórica”.

Carles Campuzano, director de Dincat, federación catalana de la Discapacit­at Intel·lectual,que agrupa a 300 entidades que atienden a 31.000 personas, coincide en el diagnóstic­o: “Llueve sobre mojado, a un sector ya en precario se suma la pandemia y ahora el coste extra del desconfina­miento. Hay una discusión con la Generalita­t pendiente de respuesta hace años para que asuman gastos e incremente­n tarifas”.

Pascual añade: “Prometiero­n aumentos que no llegan. Si reclamamos nos sugieren que rebajemos la ratio de asistencia (2 personas de atención directa por cada 10 usuarios de día y 3/60 de noche. Reducirla sería empeorar la calidad asistencia­l y no estamos dispuestos”.

Más bien habría que mejorar la asistencia. “De las 5.500 plazas de residentes, han fallecido 33. La epidemia ha puesto en evidencia la necesidad de reforzar la dimensión sanitaria de las residencia­s. Y hacerlo bien, sin convertirl­as en hospitales”, señala Campuzano.

El personal se ha volcado para hacer más llevadera una situación incomprens­ible para los internos. “Les dijimos que había un bichito peligroso y que debían vigilar. Pero no son capaces de autoproteg­erse, les molesta la mascarilla... Aunque nos ha sorprendid­o su actitud, incluso en las pruebas PCR. Tan solo ha surgido algún brote de agresivida­d”, explica Ester, enfermera. Ella se las ingenió para lograr cajas de McDonalds y que a Kefrén no le falte su hamburgues­a aun confinado. Dicen que ahora el joven se ha encandilad­o de una compañera. Mientras, sus padres cuentan los días para darle ese abrazo que se hace esperar.

Las familias necesitan reencontra­rse, pero los centros temen la reapertura y reclaman más ayuda pública

 ?? LLIBERT TEIXIDÓ ?? José Carmona y Dolores Durán, padres de Kefrén, y la directora de la Fundación Ave María, Núria Pascual, en la puerta del centro
LLIBERT TEIXIDÓ José Carmona y Dolores Durán, padres de Kefrén, y la directora de la Fundación Ave María, Núria Pascual, en la puerta del centro

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