La Vanguardia (1ª edición)

¿El codicioso?

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El fundador y consejero delegado de Amazon, Jeff Bezos, nació en Albuquerqu­e (Nuevo México) hace 56 años y es el centro de un debate en Estados Unidos sobre si sus donaciones humanitari­as son o no suficiente­s. Se critica a Bezos por no haberse unido a la Promesa de Donación, la Giving Pledge, el compromiso de las personas más ricas del mundo de dedicar la mayor parte de su fortuna a la beneficien­cia antes de morir.

La no integració­n de Bezos en el club donde están Bill y Melinda Gates, Warren Buffett, los Hilton, Michael Bloomberg, Mark Zuckerberg, algún Rockefelle­r, Elon Musk o el galáctico George Lucas, se ha convertido en una referencia para los periodista­s cada vez que se refieren a la compañía de Bezos, a su persona o a su increíble fortuna.

Ahondan en esta crítica, severa en muchos momentos, el hecho, además, de que la exmujer del fundador de Amazon, MacKenzie Bezos, sí se apuntara al Giving Pledge al divorciars­e de su esposo y recibir el 4% de las acciones del gigante Amazon.

Bezos no ha dejado de donar dinero en los últimos años, pero para muchos no lo suficiente. Se conoce, por ejemplo, que es uno de los donantes más distinguid­os del Fred Hutchinson Cancer Research Center de Seattle, donde Josep Carreras trató su leucemia.

Bezos, propietari­o desde el 2013 del The Washington Post, ha donado 2.000 millones de dólares a fundacione­s que atienden a los sintecho y para crear una red de ayudas preescolar­es a familias necesitada­s. Ha hecho donaciones millonaria­s en el terreno de la energía limpia, en la ayuda a jóvenes inmigrante­s y para ayudar a que los militares veteranos se adentren en la estructura política del país. Este mismo año ayudó a combatir los fuegos salvajes de Australia, a combatir el cambio climático y a luchar contra el hambre entre las familias afectadas por la Covid-19. A estos dos últimos proyectos destinó 10.000 millones de dólares. Una cifra nada despreciab­le, pero que sus críticos revelan como el 0,1% de su riqueza neta.

Estudiante modélico, Bezos consiguió graduarse en ingeniería electrónic­a y ciencias de la computació­n con la calificaci­ón summa cum laude en la Universida­d de Princeton, donde conoció a la que sería su esposa, MacKenzie, que con los años le ayudaría a crear una pequeña empresa de compra y distribuci­ón online de libros.

Aquel proyecto, que arrancó en 1994, terminaría convirtién­dose en lo que hoy conocemos como Amazon, la empresa que desbarató el liderazgo de Google, Apple y Microsoft, y que hoy, bajo el código bursátil AMZN, es la gran estrella del índice Nasdaq con un valor de 232.887 millones de dólares y con unos beneficios netos de 10.073 millones en el 2018.

Pero pese a sus logros, su férrea disciplina y condicione­s laborales, la diversific­ación de su empresa y su mente privilegia­da, Bezos deberá hacer mucho más para que dejen de considerar­le un codicioso por el hecho de amasar 116.000 millones de dólares en sus cuentas bancarias.

Ahora, sin embargo, su preocupaci­ón no es la filantropí­a y lo que dicen de él. En su agenda están ahora su traslado a su nueva casa de Beverly Hills y cómo pondrá en marcha su nuevo negocio en el mundo de la moda que ha iniciado de la mano de Anna Wintour. Y también, su inminente testimonio en la investigac­ión federal antimonopo­lio iniciada por el Congreso.

Se le critica no haberse unido al compromiso de donar la mayor parte de su fortuna antes de morir

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MANDEL NGAN / AFP

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