La Vanguardia (1ª edición)

Lucidez y emergencia

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La actual crisis sanitaria nos ha llevado a una situación de emergencia de la que debemos resurgir asumiendo en primer lugar los problemas que nuestra sociedad arrastraba y sobre los que, posiblemen­te, nos faltaba un análisis más lúcido y mucho más solidario. Ahora hemos visto claramente, por ejemplo, que desde hace tiempo habíamos manipulado la flecha del tiempo que marca el destino de los mayores y ancianos. Si no, ¿cómo explicar el drama del fallecimie­nto de los más mayores en geriátrico­s y residencia­s? ¿No es verdad que desde hace ya tiempo se viene produciend­o un corte horizontal en el ciclo de las generacion­es?

Estos problemas se complement­an con el del incremento de la vinculació­n a distancia de los seres humanos por medio de la tecnología. Creemos que en estos momentos son muchas las personas que claman para disponer de nuevas herramient­as, ideas al fin y al cabo, que nos permitan actuar con una nueva cosmovisió­n de las relaciones entre los humanos y entre éstos y la naturaleza. Cabe sin duda ver en este posicionam­iento una premonició­n de esos momentos estelares a los que se refería Stefan Zweig. Pero si el avance tecnológic­o no va emparejado con un amplio reconocimi­ento del papel de los poderes públicos evitando, en lo posible, el control por parte de los Señores de la Nube en connivenci­a con el mercado, entonces a lo que vamos es a un momento crepuscula­r más que estelar: levantamie­nto de nuevos “territorio­s amurallado­s” en un aislamient­o que va más allá de lo físico y en los que se excluyan tanto la celebració­n como el duelo.

Otro aspecto que la pandemia de la Covid-19 ha puesto de manifiesto es la enorme dificultad de seguir manteniend­o el tipo de relación con el entorno natural implicada en la idea de progreso que rige nuestras sociedades. En el centro de esta problemáti­ca se halla la energía. La Biología y la Economía nos muestran que tanto la vida como la sociedad humana están regidas por una ley ineludible: crecer supone recurrir a todas las formas de crecimient­o a las que se tenga acceso. En otras palabras, si queremos seguir evoluciona­ndo y no pararnos necesitare­mos mucha energía y en este punto tenemos ante nuestros ojos el gran dilema de las fuentes de energía.

La reacción a la emergencia pasa así por el trabajo entrelazad­o en el doble frente de la naturaleza y lo social. En el primero debemos ser consciente­s de que la esencia del saber científico-técnico consiste en desvelar la naturaleza, no en violarla: conocer y explotar las posibilida­des que la naturaleza misma ofrece, como el cantero y el escultor exploran las vetas de la piedra sin forzarla. En lo social, hemos de constatar que los buenos propósitos enunciados en épocas de crisis por los gestores políticos no serán efectivos si no hay un movimiento de efectiva movilizaci­ón social. La propagació­n de una pandemia es muy semejante a la de un incendio forestal. Para luchar contra los incendios, a veces auténticas deflagraci­ones, hay que distribuir geométrica­mente los llamados cortafuego­s para así ralentizar y ganar tiempo para detener su propagació­n. Sin duda ninguna, esto es lo que se está haciendo, con mayor o menor acierto, en esta situación paradigma de complejida­d. Por todo ello, a la vez que combatimos estas crisis sanitaria, económica y social, debemos luchar por la ignición de una deflagraci­ón de ideas que aúne progreso con la causa del hombre y de la naturaleza y que sea difícil de detener.

Debemos pues, actuar con la tenacidad del bombero, pero esta vez para crear un inmenso bosque de ideas. El fuego, el vehículo de transmisió­n, en este caso sería una educación digna de tal nombre, la paideia de los griegos, que consiste en la potenciaci­ón de las facultades de todo ser de razón.

De esta forma cada uno de nosotros dejaría de ser un mero individuo para venir a ser representa­nte de toda la humanidad y de su causa común.

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