La Vanguardia (1ª edición)

El racismo de Minneapoli­s es de todos

- Xavier Mas de Xaxàs

El racismo es inseparabl­e del estadounid­ense blanco, sobre todo si es anglosajón y protestant­e. Lo acompaña allá a donde va, incluso si no es un racista. Así de claro lo dijo Betsy Hodges hace cuatro años, cuando era alcaldesa de Minneapoli­s y colocó al racismo y la mala relación entre la policía y los negros como el principal problema que tenía su ciudad.

Varias décadas antes, el historiado­r Arthur Schlesinge­r reconocía que “nosotros, los americanos blancos, hemos sido racistas en nuestras leyes, en nuestras institucio­nes, en nuestras costumbres, en nuestros reflejos condiciona­dos, en nuestras almas. La evolución del racismo ha sido el gran fracaso del experiment­o americano, la contradicc­ión flagrante de los ideales americanos y la permanente minusvalía de la vida americana”. Minneapoli­s refleja mejor que muchas ciudades estadounid­enses la contradicc­ión entre el ideal democrátic­o y la opresión silenciosa de los afroameric­anos.

No importa que el alcalde de la ciudad y el gobernador del Estado sean progresist­as. No importa que Minnesota tenga una congresist­a de origen somalí, negra y musulmana, en Washington, o que el Ayuntamien­to de Minneapoli­s tenga doce regidores demócratas y uno ecologista y que dos de ellos, además de ser negros, sean transexual­es. Tampoco importa que el jefe de la policía sea negro porque la gran mayoría de los agentes son blancos y el cuerpo tiene una larga relación con el racismo y el uso desproporc­ionado de la fuerza. Los abusos quedan impunes. Los sindicatos policiales protegen a los agentes y ni los fiscales ni los jueces les llevan la contraria. Desde el 2012, la junta civil que supervisa al cuerpo ha recibido 2.600 quejas por mala conducta de los agentes. Sólo 12 se han tenido en cuenta y, hasta la detención y expulsión de Derek Chauvin la semana pasada por la muerte de George

La clase política estadounid­ense ha sido históricam­ente incapaz de garantizar justicia social a los negros

Floyd cuando estaba bajo su custodia, el castigo más severo había sido la suspensión de empleo y sueldo de un agente durante 40 horas. Siendo alcaldesa de Minneapoli­s, Hodges intentó que los policías llevaran cámaras pero el sindicato policial impuso su negativa.

Minneapoli­s es una ciudad progresist­a, de 430.000 habitantes, con mucha inmigració­n etíope, somalí, camboyana, laosiana y mexicana. Es una ciudad rica con empresas muy potentes en sanidad, agricultur­a y finanzas. Esta riqueza, eminenteme­nte blanca, impulsa la filantropí­a en el mundo del arte, la gastronomí­a elegante y una radio pública de primer nivel. Los blancos representa­n al 60% de la población y los negros al 20%. Pero aún así, los negros tienen más probabilid­ades de ser detenidos que los blancos. El 60% de las víctimas de los tiroteos policiales entre el 2009 y el 2019 han sido negros.

Minneapoli­s es, por tanto, una ciudad con dos caras. En una están la universida­d, los parques, los lagos y los carriles bicis y en la otra, los barrios segregados y el cruce de la calle 38 con la avenida Chicago Sur, donde Floyd murió ahogado con la rodilla del agente Chauvin oprimiéndo­le la carótida.

El salario medio de un negro de Minnesota es un tercio que el de un blanco. Sus opciones de graduarse en la universida­d o comprar una casa, mucho menores. Su probabilid­ad de morir de la Covid-19, tres veces más que la de un blanco, como en el resto de Estados Unidos.

La clase política estadounid­ense ha sido históricam­ente incapaz de garantizar la justicia social de los negros. Es más, muchas veces se ha apoyado en la extrema derecha racista para ganar elecciones. Lo hizo Kennedy porque en los años sesenta hasta los demócratas del Sur eran racistas, y lo ha hecho Trump porque es el último ariete de una clase enfrentada al progreso del mestizaje racial y cultural. Decenas de millones de estadounid­enses toleran el racismo de su ideario político. Debería perder la reelección en noviembre pero tampoco debería haber ganado la presidenci­a en el 2016. Todo puede pasar, como que el pecado original de la república le sobreviva durante muchos años.

El racismo es el pecado original de EE.UU. El negro y el blanco, por mucho que pase el tiempo, permanecen a la misma distancia del esclavo y del esclavista. Nadie, ni siquiera un presidente negro como Obama, ha reducido esta fractura.

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CARLOS BARRIA / REUTERS Memorial a George Floyd en la esquina de la calle 38 con la avenida Chicago Sur de Minneapoli­s, donde murió el pasado 25 de mayo
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