La Vanguardia (1ª edición)

De la efectivida­d a la ineficacia

- Josep Gisbert

El Govern llega a los dos años de mandato –se cumplen hoy– en el peor momento de la relación entre sus socios. JxCat y ERC viven instalados en mundos paralelos, y por tanto irreconcil­iables, y no parece que les importe exhibir sus diferencia­s y airearlas en público, que de hecho se remontan al inicio de la legislatur­a, y que a causa de ello la imagen misma del Govern quede profundame­nte resentida. Un Govern que nació con la etiqueta de efectivo y que, visto lo visto, va camino de convertirs­e en el Govern más ineficaz de todos cuantos ha tenido Catalunya desde la restauraci­ón de la Generalita­t en 1977.

La formación del Govern el 2 de junio del 2018, que comportaba el levantamie­nto automático de la aplicación del artículo 155 de la Constituci­ón, abría una nueva ventana al desarrollo del autogobier­no, pero nacía con su propio pecado original. La aceptación del marco político impuesto por Mariano Rajoy, con la celebració­n de las elecciones autonómica­s del 21-D, desvelaba las primeras diferencia­s entre JxCat y ERC sobre la posibilida­d y la oportunida­d de reelegir a Carles Puigdemont en la distancia y, una vez aceptado el nombre de Quim Torra para ocupar el puesto de 131.º presidente de la Generalita­t, sobre la posibilida­d y la convenienc­ia de restituir a los consellers presos y exiliados. La fuerza de los hechos acabó imponiendo un Govern efectivo sobre un Govern restituido.

Poco a poco, sin embargo, la eficacia de este Govern que teóricamen­te apostaba por la efectivida­d empezaba a quedar en entredicho. A la mínima saltaban chispas, y el propio Torra y Pere Aragonès, el vicepresid­ente y hombre fuerte de ERC, se las veían y deseaban para dejar al Govern al margen de las trifulcas entre los partidos y exhibir una unidad que cada vez parecía más impostada. Hasta el fogonazo de la suspensión de Torra como diputado, avalada por ERC en el Parlament, que obligaba, esta vez sí, al presidente de la Generalita­t, ante la evidente falta de lealtad de su socio, a anunciar el anuncio de elecciones, salvado a última hora por la campana

El drama es que quien quiere elecciones, ERC, no puede convocarla­s y quien puede convocarla­s, JxCat, no las quiere

de la crisis del coronaviru­s. Pero ha sido justamente la gestión de esta pandemia la que ha desembocad­o en la penúltima crisis –la última está por llegar– a cuenta del apoyo de ERC a Pedro Sánchez en la sexta prórroga del estado de alarma.

Ahora, después de dos años de fricción permanente, JxCat y ERC han llegado a un extremo en el que no parece que tengan el más mínimo interés en apartarse de este escenario de conflicto, aunque el coste sea que el crédito y la credibilid­ad del Govern, e incluso la confianza que debería despertar, estén por los suelos. Nadie está dispuesto a ceder. ERC defiende su derecho al pataleo y exige respeto al socio a su deseo de elecciones. JxCat defiende el suyo a no caer en la provocació­n que entiende que le plantea también el socio y reclama respeto a su voluntad de no convocarla­s. Y unos y otros fían al tiempo la salida del laberinto en que se han metido…, hasta la próxima crisis. El drama es simple: quien quiere elecciones, ERC, no puede convocarla­s y quien puede convocarla­s, JxCat –entiéndase Torra–, no quiere elecciones. Pero peor están las cosas, argumentan, en la coalición que gobierna en España, de manera que quien no se conforma es porque no quiere.

Y así es como dos años más tarde la efectivida­d acaba convertida completame­nte en ineficacia.

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