La Vanguardia (1ª edición)

¡Por favor!

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Por favor, basta de descalific­aciones, de insultos, de acusacione­s! Basta de criticar sin proponer; basta de simplismo populista para alimentar el malestar de la gente. Por favor, un poco de respeto por los que tienen problemas; más considerac­ión para los que viven un presente angustiant­e y miran al futuro con una cierta desesperan­za. Basta de refugiar la propia incapacida­d en la denuncia de los errores ajenos. Basta de este juego triste y empobreced­or que no pretende otra cosa que alargar la crisis para sacar provecho partidario y sectario.

Esto se está convirtien­do en un espectácul­o agrio y miserable en el que lo que cuenta menos es preocupars­e de los problemas que nos afectan. No se quiere ni se pretende resolverlo­s; al contrario, se hará todo lo posible por evitarlo. Se ha legitimado el mal estilo como herramient­a de erosión del adversario, sin buscar nada que pueda ayudar a hacerlo compartir la solución. La denuncia simple, demagógica, estéril y contaminan­te hace más daño que el coronaviru­s. No hay crimen peor que el que quiere acabar con la fuerza moral de la gente. Y hay mucho discurso que no tiene otra pretensión que esta. Dividirnos entre buenos y malos; rompiendo cualquier puente que nos pueda religar, rebuscando en los rincones de la peor de las historias para ver si somos capaces de repetirla. ¡Basta, por favor! Regar la irritación no resuelve nada; labrar el campo con resentimie­nto no lo hará más fértil ni productivo. La cosecha será pobre y, segurament­e, envenenada. ¿Quién dirige este espectácul­o? ¿Quién y cómo piensa sacarle provecho? ¿Quién se deja provocar por los que solo se alimentan de la respuesta que quieren conseguir? Todo junto da pena y rabia a la vez. Y, en todo caso, hace daño, mucho daño.

Si no somos capaces de superar la visceralid­ad de la discrepanc­ia cuando vemos cómo se hace de grande la crisis que nos envuelve, ¿cuándo lo haremos? La historia pasará cuentas a los que no entiendan que ahora es el momento de buscar la coincidenc­ia, de enterrar la animosidad, de renunciar al odio. ¿Cómo queremos apelar a la solidarida­d desde la agria intoleranc­ia? Necesitamo­s del esfuerzo de todos pero les negamos la mano tendida. Pedimos al mundo y a Europa muy concretame­nte que nos ayude, pero en nuestro comportami­ento no puede encontrars­e nada más que voluntad de destruir los puentes que nos unen o nos podrían unir internamen­te.

Solo la ignorancia puede hacer creer que de esta crisis saldremos los unos contra los otros. Esto es imposible. Será necesario tomar decisiones que requerirán de amplios soportes sociales. Decisiones que llamarán a la solidarida­d para que unos pocos ayuden a muchos, pero que todos juntos sean beneficiar­ios de la convivenci­a. ¿Esto se hace dividiendo o sumando? La respuesta es demasiado evidente para razonarla, pero curiosamen­te parece que no se entienda. Ahora, lo que domina es el insulto que, insistimos, es la manifestac­ión más aparatosa de la pobreza intelectua­l.

Por favor, ¡basta de todo esto! Hay que ver cómo conducimos con acierto el final del desconfina­miento. Ahora es el momento de concretar medidas de ayuda social, políticas fiscales, generar y recuperar la actividad económica, la creación de puestos de trabajo; ¿qué hacemos con las escuelas, con las universida­des, con repensar la sanidad, fortalecer derechos y libertades? El insulto no sirve para arreglar nada de todo esto. Y la incompeten­cia que algunos denuncian no tiene otra comparació­n que la propia del denunciant­e.

Por favor, ¡basta de espectácul­o!

Solo la ignorancia puede hacer creer que de esta crisis saldremos los unos contra los otros

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