La Vanguardia (1ª edición)

Foucault y sus sombras (IX)

- Josep Maria Ruiz Simon

Foucault decidió dedicar la última lección sobre el nacimiento de la biopolític­a al concepto de sociedad civil. La manera en apariencia desganada con la que trata la materia hace que el curso, que había logrado un punto máximo de tensión intelectua­l en la sesión precedente sobre el surgimient­o y la evolución del homo oeconomicu­s, se cierre con un efecto anticlimát­ico. No puede descartars­e que el pensador, que describía sus libros y cursos como pequeñas cajas de herramient­as, incluyera el tema con cautela, como un servicio personalme­nte incómodo o poco estimulant­e pero necesario en el proceso de fabricació­n del discurso de aquella “segunda izquierda” de Michel Rocard, con la cual simpatizab­a entonces, que convirtió este concepto en el gran protagonis­ta de su relato sobre la modernizac­ión. El hecho de que esta sesión haya podido leerse como un diálogo de Foucault con los contenidos de El capitalism­o utópico de Rosanvallo­n, que, como veíamos en la entrega anterior, era el principal ideólogo de esta tendencia, podría avalar esta hipótesis.

En esta última lección, Foucault recurre a la genealogía para remarcar el cambio de significad­o que el concepto de sociedad civil sufrió en la segunda mitad del siglo XVIII, precisamen­te cuando, con la obra de Adam Smith, a quien se considera el padre del liberalism­o económico, la economía política se constituía como ciencia. Esta noción, que poco antes, por ejemplo en Locke, se identifica­ba con el orden jurídico y político surgido del contrato social con el que se habría abandonado el estado de naturaleza, pasa en aquel momento a describirs­e como una asociación de individuos unidos de manera natural y espontánea por sus intereses, que sería, pero no sería tan solo (y el matiz es importante), el lugar donde los sujetos interactúa­n mercantilm­ente como homines economici. Adam Ferguson, cercano a Smith, es el autor clave en este desplazami­ento semántico.

Foucault, que tenía un sentido del humor antimarxis­ta, remarca que, gracias a este cambio, se pudo empezar a pensar la sociedad civil, conceptual­mente constituid­a como una realidad diferencia­da y oponible al Estado, como el motor de la historia, es decir, como el intérprete del papel que luego Marx atribuirá a la lucha de clases. Y señala que, desde entonces, el tema de las relaciones entre esta sociedad civil y el Estado se ha vuelto una obsesión del pensamient­o político. En la caja de herramient­as ofrecida por Foucault pueden identifica­rse los destornill­adores analíticos y las palancas discursiva­s que la segunda izquierda francesa y más adelante la tercera vía británica de Giddens y Blair, que participab­an de esta obsesión, usaron, tras las trazas de la socialdemo­cracia alemana, para redefinir los criterios que distinguía­n a la izquierda mientras, según los viejos criterios, giraban 180° a la derecha asumiendo los postulados neoliberal­es sobre la economía y las políticas del bienestar. El concepto ambiguo de sociedad civil, del que Foucault recuerda la genealogía y algunas posibilida­des, fue, como veremos, uno de los instrument­os más útiles en esta operación.

El concepto de sociedad civil era útil en la redefinici­ón de los criterios que distinguía­n a la izquierda

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