La seducción del ‘Universo Dicker’
El escritor logra crear una atmósfera de misterio que atrapa a los lectores
Asus 34 años, Joël Dicker presume de haberse librado del síndrome de la página en blanco. “A veces, la energía que canaliza la inspiración se vuelve en contra y no permite ordenar las ideas. Pero quedarme en blanco como tal nunca me ha ocurrido. Siempre hay algo sobre lo que escribir”, cuenta el escritor a La Vanguardia coincidiendo con la publicación de El enigma de la habitación 622 (Alfaguara).
Su don para hilvanar sus ideas y su facilidad para plasmarlas en el folio no es una cuestión de suerte, sino de constancia, tal y como apuntan críticos de diferentes partes del globo. Así también lo piensa el propio autor, que explica que se levanta cada día a las cuatro de la mañana para empezar su jornada. “Es un momento ideal para escribir, todo está tranquilo”. La música tampoco falta, ya que con ella crea “una burbuja que me protege del mundo real”. Tal vez sea el ingrediente que le ha ayudado a concentrarse durante todo este tiempo hasta llegar a crear el universo literario por el que es conocido a día hoy.
Él lo define así: “Es un universo de juegos, donde yo, autor, entablo con el lector un juego amistoso porque creo que el verdadero dueño de un libro es el lector. Él lo imagina todo, le da vida al personaje, recrea los ambientes... El lector es todopoderoso y el autor está a su servicio”.
Unas reglas del juego que sus fans no tardaron en aceptar tras encandilarse con el personaje de Marcus Goldman, un escritor, como él, que se mete en todo tipo de entresijos con tal de descubrir la verdad.
El éxito de este personaje fue tal que ya ha protagonizado dos de sus libros y una serie adaptada en Movistar + y no descarta que pueda volver en un futuro, aunque por ahora no lo tenga en mente. La primera vez que apareció,en La verdad sobre el caso Harry Quebert, los lectores entendieron que Goldman era un alter ego del autor, algo que siempre se ha encargado de desmentir. Sin embargo, sus similitudes son varias, empezando por la profesión.
Pero ni siquiera en esta última novela, en la que el protagonista se llama Joël y su editor no es otro que Bernard de Fallois, a quien rinde homenaje, se identifica al cien por cien con él. “Es un personaje de ficción, no soy realmente yo. Si se llama así
Muchos de sus personajes guardan similitudes con el autor
es solo para alimentar el juego de espejos entre la realidad y lo imaginario, pero, en realidad, nunca me sentí protagonista del libro”. De hecho, el suizo no considera que sean estas similitudes engañosas su principal baza. “Lo verdaderamente importante en realidad es la atmósfera. Para mí siempre debe ser agradable y placentera y lo complicado es lograr que al lector le apetezca estar en ese ambiente”. En eso, confiesa, es en lo que principalmente se centra durante los dos-tres años en los que construye una historia.
Pese a que eso conlleve trabajo, Dicker asegura estar encantado con su trabajo, pues era algo con lo que soñaba desde que leyó por primera vez al francés Romain Gary, de quien recomienda La promesa del alba.
En cuanto a retos, admite, “siempre es el libro siguiente el que me parece más difícil. Por un lado, porque mientras no está escrito, un libro es perfecto. Es el escritor quien, poco a poco, lo va haciendo imperfecto debido a sus propias imperfecciones. Y, por otro, porque el futuro libro siempre me parece imposible de mejorar”.