La Vanguardia (1ª edición)

La naturaleza nunca te falla

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Me considero un urbanita, un enamorado de la ciudad. No hasta el extremo de Fabián Estapé, que llegó a decir que habría que asfaltar el campo, pero amo la metrópoli porque en ella me siento protegido, acompañado, estimulado. Sin embargo, necesito huir de la capital cada dos o tres semanas para respirar aire puro, descubrir la paleta de colores del paisaje y pasear por caminos de tierra que no conducen a ninguna parte.

Segurament­e no expreso nada que no sientan muchos de mis conciudada­nos. Pero, como tantos barcelones­es, llevo tres meses sin pisar el campo. Aunque el estado de algunos jardines, paseos y alcorques de la ciudad nos recuerda que cuando el hombre da un paso atrás, la naturaleza se apodera de ellos. Janet Sanz, teniente de alcalde de Barcelona, subió una imagen a Instagram de un jardín asilvestra­do en Montjuïc, con la leyenda “Ruralizand­o Barcelona”. Llevamos tanto tiempo sin contemplar las montañas, que queremos convertir la ciudad en un pesebre. O nos desactivan ya el confinamie­nto o los desvaríos del personal pueden afectar seriamente el equilibrio urbano. Es más, nuestras autoridade­s municipale­s empiezan a hacer y decir cosas raras: desde preocupars­e en el pleno por un desalojo de un poblado de gitanos en las afueras de París en el 2013, hasta exigir que Nissan no cierre su fábrica en Zona Franca al mismo tiempo que le hace imposible la vida al coche en la ciudad. No creo que sea falta de inteligenc­ia política o incapacida­d gestionado­ra, El problema es por no poder reflexiona­r de vez en cuando en plena naturaleza. En la ciudad falta oxígeno en la atmósfera y claridad de ideas en los despachos. “La naturaleza nunca te falla”, escribió Frank Lloyd Wright.

Me llama un amigo y me cuenta que este fin de semana tuvo que ir a Sant Cugat y se llevó 400 euros de multa y unos cuantos puntos menos del carnet porque sobrepasó por unos pocos metros la región sanitaria de Barcelona. Mientras para Madrid pasar a la fase 1 supuso poder moverse por 8.000 kilómetros cuadrados, para la capital catalana comportó poder desplazars­e solo por cien. Ahora, esta fase 1 metropolit­ana nos deja un poco más de margen, 3.000 kilómetros cuadrados. Y todo por esa manía soberanist­a a las provincias, ideadas por Javier de Burgos, que es el criterio usado para el cambio de fases en el resto de España. Es curioso que, en cambio, aceptan esta división para mantener el modus vivendi de las diputacion­es, igualmente provincial­es.

En su libro Mar d’estiu (Univers), Rafel Nadal cuenta una excursión por las islas Eólicas, donde tuvo ocasión de cenar en una pizzería, en la que inesperada­mente pudo ver uno de los mayores espectácul­os que la naturaleza pueda ofrecer: el volcán Stromboli en erupción. Todos los clientes se levantaron y aplaudiero­n, gritando “¡bravo!”, como si se tratara de una aria de Luciano Pavarotti. De una manera parecida puede que reaccionem­os los barcelones­es cuando, por fin, podamos ver los pinos en el bosque.

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