La Vanguardia (1ª edición)

Y en estas llegó Trump

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La oleada de protestas desatadas por todo Estados Unidos tras la muerte de George Floyd no tienen nada que ver con las violentas manifestac­iones de los chalecos amarillos de París, ni con las revueltas que se vivieron en Chile por la subida del precio del transporte público, ni segurament­e tampoco con las movilizaci­ones en Hong Kong. Los orígenes de todos estos disturbios son distintos salvo la coincidenc­ia en muchos casos de que las protestas tienen un grado de violencia extrema contra la policía y suelen acabar en acciones de saqueos contra el bien común que poco o nada tienen que ver con la causa que pretenden defender.

Los graves efectos de la pandemia no han cambiado para nada esta tendencia de grandes explosione­s sociales que se dispararon en todo el mundo en los últimos años y que fueron especialme­nte graves durante el 2019. Hasta en la plácida Catalunya se vivieron imágenes de violencia en las calles como pocas veces se habían visto a partir de la sentencia del Supremo contra los líderes del procés.

Washington o Minneapoli­s son quienes ocupan hoy las fotos de las portadas de los periódicos y sustituyen a las imágenes que meses atrás veíamos de Hong Kong, Santiago, París o Barcelona. Son la reacción airada de una parte importante de la sociedad que muestra su indignació­n contra unos gobernante­s que no son considerad­os sus legítimos representa­ntes, aunque se viva en una democracia. Los sociólogos hablan de generación frustrada. Esta es la gran oportunida­d que las fuerzas populistas no han desaprovec­hado para crecer a partir de la indignació­n y malestar de todas estas capas de la población. Luego llegan al poder, como Donald Trump, y sus remedios son peores que la enfermedad.

Y es que en Estados Unidos, la combinació­n entre el conflicto racial nunca solucionad­o el malestar social al que nos hemos referido y la presencia de Trump al frente del Gobierno es un cóctel explosivo. Con más de 100.000 muertos por la pandemia y 41 millones de puestos de trabajo destruidos, no parece que el presidente americano esté en condicione­s de dar lecciones a nadie.

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