La Vanguardia (1ª edición)

El verano antes de Benidorm

Los británicos se preparan para unas vacaciones a la antigua usanza, en sus ciudades costeras, con ‘fish and chips’ y amenaza de lluvia

- RAFAEL RAMOS Londres. Correspons­al

Cualquiera que decide unas vacaciones en Gran Bretaña (o Irlanda) y está en su sano juicio mira los pronóstico­s del tiempo, mete en la maleta el paraguas, el chubasquer­o y las botas katiuskas (así llamadas porque las llevó en escena la protagonis­ta de la opereta Katiuska, la mujer rusa, estrenada en el teatro Victoria de Barcelona en 1931), y se mentaliza para pasar más de un rato y más de dos en el interior, con los juegos de mesa y los libros que por alguna razón los hoteles y bed and breakfasts ponen bien visibles a disposició­n de la clientela, aunque estemos hablando del mes de agosto.

En estas islas con fama de lluviosas (por algo será) los chubascos se pueden presentar en cualquier momento, y ni siquiera el torneo de tenis de Wimbledon, que debería haberse celebrado a principios de julio, suele librarse de la ira de los cielos. De hecho, raro es el año que el agua no estropea más de una jornada del campeonato, y deja hechos una auténtica sopa a quienes con toda la moral del mundo hacen noche a las puertas del All England Club para conseguir entradas. En plena temporada veraniega, con coches de matrícula holandesa danzando por las carreteras de sentido único en busca del monstruo del Lago Ness, lo normal en Escocia son cielos encapotado­s, nieblas matutinas, chaparrone­s y temperatur­as que si llegan a los quince grados uno puede darse con un canto en los dientes.

La actual primavera está siendo sensaciona­l, con el mayo más soleado desde que se hacen estadístic­as. Y por desgracia no hay Wimbledon, ni están abiertos los pubs, ni los restaurant­es al aire libre, y en teoría no pueden juntarse más de seis personas en los parques y playas, aunque todo el mundo se pasa esas instruccio­nes por el forro. Total, si el asesor del Gobierno Dominic Cummings hace la que le da la gana... Aún así, es como para tirarse de los pelos.

Por la ley de Murphy, o por cálculo de probabilid­ades, si la primavera está siendo tan buena, lo más seguro es que el verano no lo sea tanto. Pero el Gobierno cruza los dedos para que se prolongue la bonanza. Su estrategia para la recuperaci­ón económica pasa por que los británicos, en masa, hagan vacaciones a la antigua usanza, como en la época

victoriana o antes de que existiera Benidorm, haciendo camping y yendo a hoteles de localidade­s costeras como Brighton, Blackpool, Bournemout­h y Southend. A falta de facilidade­s para ir al extranjero, un viaje en el túnel del tiempo, a cuando la gente se conformaba con extender la toalla sobre las piedras, comprar helados en los carritos y cenar un fish and chips.

A partir de la semana que viene todo el que se presente en Gran Bretaña, nativo o extranjero (a excepción de que entre por Irlanda), tendrá que someterse a una cuarentena de dos semanas en la dirección que proporcion­e a las autoridade­s, que admiten que es una medida de cumplimien­to imposible de verificar, que sólo se hará una llamada telefónica a un 20% de los afectados, y que –lo ha dicho un ministro– “habrá que ser muy tonto o tener muy mala suerte para que te pillen”. Pero si te pillan, multa de mil libras al canto.

En todo caso, es una decisión que no estimula el turismo internacio­nal, ni que los británicos vayan al extranjero ni que los extranjero­s vengan. La hostelería y las líneas aéreas están que trinan, y presionan –aunque la cuarentena ni siquiera ha entrado en vigor– para establecer corredores aéreos con países dispuestos a aceptar en sus playas a los ciudadanos de este país, donde aún se registran ocho mil nuevos casos de la enfermedad al día.

Lo cierto es que la inmensa mayoría de quienes hagan vacaciones este verano lo harán en casa. Y para ello hace falta que el tiempo acompañe. Un diputado tory lo ha dicho muy gráficamen­te: “If it rains, we are fucked”. Que educadamen­te se podría traducir como que “si llueve, estamos apañados”.

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GLYN KIRK / AFP Tomando ayer el sol en la playa de Brighton, al sur de Inglaterra

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